“¡Oh, a qué espectáculo asistimos desde hace tres
semanas, y qué días tan trágicos, tan inolvidables acabamos de vivir! No
recuerdo otros que hayan despertado en mi mayor solidaridad, angustia y
generosa ira. He sentido exasperación, odio hacia la necedad y la mala fe, y he
tenido tanta sed de verdad y de justicia que he comprendido hasta qué punto los
más generosos impulsos pueden llevar a un pacífico ciudadano al martirio”. (Emile
Zola, “Yo acuso”, diciembre 1897).
No fui de los que, en los tiempos del “Cacique”, fue a
pedirte favores, menos “pega” o recomendaciones. No. Te conocí, porque así lo
quise, en la desgracia; te fui a visitar a prisión. Ahí vi a la persona que hay
en ti, más allá del personaje, mitad cierto, mitad atribuido, que te precedía.
Acostumbrado, quizás a que se te acercaran para recibir “tu bendición” me
hablaste de las posibilidades de lanzarme a una candidatura en la fórmula que
se preparaba para la elección de entonces – a la que concurriste como
postulante a la vicepresidencia desde el encierro-. Rechacé inmediatamente la propuesta
y pasamos a otros asuntos, más humanos, si se quiere. Lo único que quería era
expresarte mi solidaridad y mi seguridad, desde el sentido común y los hechos
mismos, de que el proceso que te iniciaron era absolutamente injusto y movido
exclusivamente por motivos de persecución política.
Posteriormente escribí un par de artículos ratificando esta
posición y, luego del vía crucis al que te sometieron y que ahondó tus
problemas de salud, cuando lograste la detención domiciliaria, recibí un mensaje
tuyo de invitación a tu casa a conversar compartiendo comida y bebida. Esa fue
la segunda y última hasta el momento, vez que estuvimos juntos. Ya no hubo “propuestas
indecentes” sino risas, anécdotas y pizza. Quedó pendiente un nuevo encuentro
para, esta vez, comer la paella del Julio.
Somos distintos, pensamos diferente –yo socialdemócrata y tú
más bien conservador- pero, y esto es lo importante, a diferencia de los
operadores de este régimen, somos demócratas de cuerpo entero.
Por eso me siento extremadamente indignado con el linchamiento
disfrazado de justicia que te han infligido. En ausencia de Estado de Derecho,
tus juzgadores solo se han prosternado a los designios del poder al que deben
sus puestos. ¡Miserables amarrahuatos!.
La condena que te han impuesto es tan frágil como
provisional pues se asienta sólo en el ya menguante poder que ostenta este
régimen narcotizado. Lo primero que, una vez restituido el Estado de Derecho en
el país, debe hacerse es reparar la injusticia de que has sido objeto –indemnización
incluida y reposición de tus derechos civiles y políticos-.
Suelo decir que los días pasan lentamente y los años lo
hacen rápidamente; paciencia, estimado Leo, que este trance pasará y pronto
estaremos degustando la paella que nos prometimos.
Por cierto, otra cosa en común que tenemos es que no nos da
la gana de hacernos las víctimas. Eso es para sujetos acomplejados e inseguros…
Te mando un abrazo…
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