miércoles, 15 de marzo de 2017

Con calma, que hay prisa



Atribuida a varios personajes previamente, la frase “Con calma, que llevo prisa”, es generalmente atribuida a Napoleón -se cuenta que mientras su sastre le iba tomando las medidas para un nuevo traje, el corso le susurró la misma-. Ciertamente, pues, cuando se procede apresuradamente, lejos de arreglar  problemas, tal precipitación puede, contraproducentemente, entorpecer y arruinar los mejores propósitos.

Se me da por mencionarlo recordando que hace unos meses, en julio de 2016, escribí una columna titulada “Mil días”, en la que hacía notar que faltaba tal cantidad de tiempo, no para la elección de 2019, sino para, unos meses antes, los que la ley indica, tener lista la estrategia, candidaturas incluidas, para relevar al régimen en curso en la conducción de los destinos del país.

Dicho texto, pensado para el escenario post 21F, ya derrotado el proyecto perpetuador de Morales y sus valedores, señalaba algunas líneas para llegar a dicho plazo en las mejores condiciones.

Pero –para seguir con las frases populares- como el diablo no duerme (ni deja dormir), resulta que (nos venimos a enterar seis meses después) el régimen estuvo tramando otra de sus acostumbradas tropelías: se había puesto a imaginar mil maneras de desconocer el resultado del 21F, quedándose con entre ocho y diez de éstas, todas ellas deleznables  –según quien las mencione- para finalmente optar, de acuerdo a uno de sus más conspicuos operadores, por la “renuncia anticipada” del caudillo para habilitarse a la rerereelección. Y lejos de avanzar en el proyecto de restitución del Estado de derecho en Bolivia, nos pusimos a discutir sobre aquel asunto como si algo de sustento jurídico tuviera tal provocación del régimen.
Más, por ventura, las apoteósicas concentraciones ciudadanas que ratificaron, con creces, la voluntad de hacer respetar la votación expresada hace algo más de un año, han morigerado los ímpetus de Belcebú y lo han desconcertado.

Entretanto, para no perder la costumbre, el régimen ha continuado con sus atropellos, cada vez menos sutiles, como preparando el terreno para un eventual, casi seguro, paso a la vereda de oposición –para hacerlo en las mejores condiciones posibles; entiéndase la ampliación de reductos desde los cuales hacerle la vida a cuadros al próximo gobierno-.

No otra cosa significa, en mi criterio, la promulgación de la ley que legaliza 10 000 hectáreas de cultivos de coca que antes de la misma eran considerados “excedentarios”; en realidad lo siguen siendo, pero con la venia del Estado plurinacional que retribuye, pensando en el futuro, la lealtad de los cocaleros, de los que proveen la materia prima al narcotráfico sobre todo.

Asimismo, en el afán de aprovecharse de una justicia rendida a sus designios, el régimen aprieta las clavijas en el caso de Leopoldo Fernández, anotándose una infamia más en su frondoso prontuario de arbitrariedades. Como se lo manifesté, en una carta, al damnificado exprefecto, tal sentencia tiene la fragilidad y la provisionalidad de todo fallo político. Una vez restituido el Estado de derecho en el país, deberá no sólo ser declarado inocente sino indemnizado por la serie de violaciones sus derechos cometidas por el régimen.

Es precisamente la restitución del Estado de derecho –la institucionalidad democrática- algo en lo que todas las expresiones democráticas deben coincidir. Es a partir de esta consideración que el mensaje dado por la ciudadanía en la celebración de 21F debe ser entendido por el sistema político.

Ya se tiene la tela. Ahora, lenta, pero seguramente, confeccionemos el traje, que hay prisa.

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