miércoles, 13 de abril de 2016

El régimen, a la deriva

No se trata de un error, el título dice, efectivamente, “el régimen, a la deriva” y, aunque parezca lo contrario, es decir que se encuentre en un momento de retoma de la iniciativa política, veremos porqué afirmo esto.

Han pasado prácticamente dos meses desde que el voto ciudadano puso en su lugar al régimen con un rotundo “NO” a las aspiraciones re-reeleccionistas de la dupla impostora y éste no termina de asimilar el hecho. Algo en su autosuficiencia le dice que aquello no ha sucedido, que sólo ha sido un mal sueño, que nada ha cambiado… pero cuando vuelve a su triste realidad, reacciona disparando perdigones a troche y moche, sin dirección, como atufado –es que, en verdad, está atufado-. Eso no es iniciativa política; es, simplemente, un impulso reactivo.

Entonces, tira contra las redes sociales, arremete contra Leopoldo Fernández, se estrella contra Doria Medina, maldice a Rolando Villena, persigue a Rafael Quispe y se ensaña contra la Iglesia –para no hablar de sus clichés discursivos antiimperialistas-.

Lo que está ocurriendo, haciendo un parangón con la vida de una estrella, es que el régimen está en la fase terminal de la suya, se ha tornado en una “enana blanca”. Una enana blanca tiene una temperatura descomunalmente caliente, pero su brillo es extremadamente tenue; su densidad, asombrosamente, es altísima: se dice que una cucharadita de su materia pesaría unas cinco toneladas, equivalentes al peso de un elefante. Discurso altisonante, poca brillantez y una burocracia cada vez más densa son sus atributos correspondientes. El régimen se está consumiendo, pero su temperatura le da para urdir unas cuantas fechorías más.

La más aventurada, sin duda, en su intento de desconocer la voluntad popular, es recurrir al viejo truco de atribuir a la masa –muy menguada, por cierto- la intención de prorrogarse en el poder ad infinitum. Lo evidente es que se encuentran aterrados ante la certeza –si nos atenemos al efecto vinculante del referéndum- de dejarlo, máxime al ver lo que está ocurriendo en Argentina, donde se están ventilando los chanchullos de la dinastía “K”, o lo que está a punto de suceder en Brasil y Venezuela.

Entiéndase de una vez: este régimen no tiene a la democracia (como mucho, mantiene algunas formas) como sustento de su ideario. Las recientes declaraciones del tirano en sentido de implantar el toque de queda “como en las dictaduras militares” –toda una apología, cercana a la sedición, del autoritarismo- no ameritan mayor prueba al respecto. Lo curioso es que tan poco inocentes expresiones no hayan causado indignación general.

Otras acciones defensivas del régimen son su intento de curarse en salud con proyectos normativos que lo blinden “por si las moscas” y, el caso del momento, la convocatoria, hecha a la medida de alguno de sus operadores, para la elección congresal del Defensor(a) del Pueblo. Y no me refiero a la exención del título para optar al cargo –se me ocurre, por ejemplo, alguien como Luis Rico quien, si no me equivoco, no lo posee, y pienso que sería un excelente Ombudsman-. Lo que ocurre es que Luis (u otro ciudadano de similar perfil al suyo) no es masista; y dicha convocatoria está hecha, repito, a la medida de un operador del régimen.

Permítame recordarle, a manera de anticipo de lo que podría pasar, que en 2003 el Congreso, haciendo caso omiso a la calificación de méritos, prácticamente impuso a Iván Zegada y la sociedad entera se manifestó contra la maniobra. Al cabo de dos meses, en un gesto de sensatez, dicho ciudadano presentó su renuncia, posibilitando que la institucionalidad de la Defensoría retornase. El mensaje está claro.

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