Comencemos por advertir que no hablo de injusticia,
porque dicho término no alcanza para abarcar el concepto que pongo a
consideración. Porque no sólo se trata de una mala administración de la
justicia, ni del puro abuso de poder que la instrumentaliza. Se trata más bien
del diseño de sistema jurídico en el que se aplica exactamente todo lo
contrario de misma. Es la degradación absoluta de la idea misma de justicia.
No es la primera vez que hablo de disjusticia, pero ahora
le agrego el adjetivo “recargada” porque –¡quién habría de imaginarlo!- había
sido posible llevarla a extremos verdaderamente colosales.
Mientras el régimen se llenaba la boca con la farsa de
que las “elecciones” judiciales traerían consigo, cual si de una varita mágica
se tratase, la sanación de los tribunales, otros manifestábamos escepticismo y
proponíamos o voto en blanco o voto nulo. No obstante la sumatoria de ambos
había superado al de votos en favor de algún postulante –obteniendo varios de
ellos votaciones menores a las que consiguen candidatos al consejo estudiantil
de un colegio de mediana magnitud-, el régimen insistió en llevar el
despropósito hasta sus últimas consecuencias: las que el país está sufriendo ahora
mismo y que no parece tener visos de solución (al menos mientras siga en el
poder este esquema populista).
La treta del régimen fue puesta en evidencia y las
acciones de los operadores de disjusticia la confirman: El dichoso esperpento
electoral judicial sólo fue un mecanismo urdido, se dice, por el actual
procurador, para responder a la presión “peguista” del lumpen abogadil masista
–no olvidemos aquella preselección de “buscapegas” que hizo el rodillo
oficialista- Total: que lo más abyecto –un par de excepciones hubo- del
submundo tribunalesco acomodó sus asentaderas en los órganos de la disjusticia.
Su única misión es la de cumplir, de manera análoga al amarre de guatos, lo que
señala el dedo del caudillo. Quienes eventualmente osaron actuar al margen del
yugo palaciego recibieron el castigo que el poder prevé para tales casos de
comportamiento “inorgánico”.
Por el contrario, la obediencia ciega a los mandatos de
la plaza Murillo, es premiada generosamente. Así por ejemplo, tenemos a un
impresentable Rudy Flores del TCP siendo absuelto de un caso de atropello con
muerte que lo involucra como autor del mismo –poco faltó para que condenaran a
la familia de la víctima a pagar las abolladuras del vehículo- y viajando a
China en gran troupe junto a tres
decenas de badulaques, retornando furioso farfullando incoherencias para, acto
seguido echar de un puntapié a quien había divulgado dicha fechoría. Por el
momento, no hay poder terrenal que mueva a este sujeto de su puesto. Estas
medallas las luce por haber sido el artífice de la declaratoria como “constitucional”
del afán de perpetuarse que exhibe su jefe.
Lo más grosero del asunto es que los responsables del
desastre (Morales & Cia) pretendan tomar distancia de una de sus partes
constitutivas –como tratar de negar el aparato urinario de su cuerpo-. Cinismo
químicamente puro que avergüenza a la ciudadanía.
La disjusticia ejercida por el régimen, en fin, se
manifiesta de ésta y otras maneras. Lo hace en la sistemática persecución a ciudadanos
(Carmelo Lens, su más reciente víctima), en las represalias a sus críticos, en
la manipulación obscena de los procesos, en su versión extorsiva, en su “le
meto nomás”, en su…
Más, para continuar con la tesitura esperanzadora de mi
anterior entrega –“El año de Petardo”- el cambio ha comenzado a gestarse y con
éste, una nueva era para la justicia.
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