Una suerte de protocolo no escrito prescribe que una
nueva autoridad electa goza de un periodo de gracia de unos tres meses durante
los cuales la ciudadanía va evaluando el estilo de aquella, tiempo en el que
cesan las hostilidades políticas, tiempo de la pax.
Este lapso surge del aprendizaje democrático de la
sociedad, luego de que el primer presidente de la reciente era democrática,
Hernán Siles Zuazo, no gozara de tal beneficio de la duda – a pesar de que el
propio Siles había pedido cien días de plazo a la población para dar respuesta
a sus demandas-. La historia es por demás conocida: la izquierda recalcitrante
(en las calles) coludida con la oposición irresponsable (en el parlamento)
acosaron al mandatario a sol y sombra, acorralándolo hasta que consiguió lo que
quería –“voltearlo” haciendo uso de formas “democráticas”-. Paradójicamente, el
hombre-símbolo de la reconquista democrática tuvo que recortar su mandato para
garantizar la continuidad de la misma.
Rompiendo esa sana tradición, el régimen determinó
hacerle la vida imposible a la alcaldesa de El Alto, Soledad Chapetón, incluso
antes de que tomara posesión del cargo. Primero fue un dirigente de apellido
Rocha quien la amenazó con convertirse en “su peor pesadilla” y, recientemente,
la pandilla de comisarios vecinales que estuvo al servicio del alcalde
saliente, el masista Édgar Patana.
Es que Chapetón fue directamente a la yugular de la
delincuencia instalada en su municipio para desarticularla y así comenzar la
limpieza administrativa y moral de la institución.
Muy sueltos de cuerpo, los defenestrados agentes del ancien regime le plantaron cara
exigiéndole respeto por los “usos y costumbres” con los que habían medrado del
poder local durante una década. Con firmeza, la Alcaldesa, con la formidable
legitimidad que la acompaña, resistió el embate y estoy seguro de que saldrán
no sólo airosos, sino doblemente fortalecidos –ella y su equipo- de este tour de force con el que les tocó lidiar
nada más estrenarse como autoridades de la ciudad –reitero, ciudad- de El Alto.
En perspectiva, sin embargo, lo ocurrido en El Alto es un
pequeña muestra/advertencia de lo que, multiplicado por diez, le ocurriría,
dentro de cuatro y medio años, a quien osara imponerse electoralmente al
caudillo que ya ha comenzado a abonar el terreno para habilitarse a la
reelección indefinida vía reforma constitucional –aunque para su reciente
habilitación sencillamente violó, con la venia del sumiso tribunal
constitucional, la CPE, “su” CPE-. Sistemáticamente, el régimen ha estado
violándola por todo orificio posible.
Comoquiera que el ensayo en El Alto le ha resultado un
fiasco, el régimen no va a escatimar recursos públicos en preparar la toma del
poder por asalto si acaso, como su tendencia descendente se consolida, lo
pierde electoralmente. Son tantos sus intereses creados, sus redes de
corrupción (como se vio en El Alto), sus lealtades, sus “cadáveres en el
closet”, que no va admitir fácilmente una derrota, como no la admite ahora en
la ciudad de Chapetón.
Una nueva legitimidad ha emergido: los llamados
“movimientos sociales” (grupos de presión devenidos en actores políticos, en
realidad) están implosionando en su propia impostura y los bolivianos están
recuperando su condición de ciudadanos –no es un lapsus- que les fuera
arrebatada por aquellos.
Ciudadanos y ciudadanas son quienes, en uso de su
libertad –ésto es despojados del yugo corporativo- definen el destino de su
comunidad (y no al contrario, o sea que la comunidad defina el voto de la
persona). Los alteños se han rebelado contra el corporativismo; el régimen
tiembla.
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