martes, 9 de junio de 2015

Tour de force

Una suerte de protocolo no escrito prescribe que una nueva autoridad electa goza de un periodo de gracia de unos tres meses durante los cuales la ciudadanía va evaluando el estilo de aquella, tiempo en el que cesan las hostilidades políticas, tiempo de la pax.

Este lapso surge del aprendizaje democrático de la sociedad, luego de que el primer presidente de la reciente era democrática, Hernán Siles Zuazo, no gozara de tal beneficio de la duda – a pesar de que el propio Siles había pedido cien días de plazo a la población para dar respuesta a sus demandas-. La historia es por demás conocida: la izquierda recalcitrante (en las calles) coludida con la oposición irresponsable (en el parlamento) acosaron al mandatario a sol y sombra, acorralándolo hasta que consiguió lo que quería –“voltearlo” haciendo uso de formas “democráticas”-. Paradójicamente, el hombre-símbolo de la reconquista democrática tuvo que recortar su mandato para garantizar la continuidad de la misma.

Rompiendo esa sana tradición, el régimen determinó hacerle la vida imposible a la alcaldesa de El Alto, Soledad Chapetón, incluso antes de que tomara posesión del cargo. Primero fue un dirigente de apellido Rocha quien la amenazó con convertirse en “su peor pesadilla” y, recientemente, la pandilla de comisarios vecinales que estuvo al servicio del alcalde saliente, el masista Édgar Patana.

Es que Chapetón fue directamente a la yugular de la delincuencia instalada en su municipio para desarticularla y así comenzar la limpieza administrativa y moral de la institución.

Muy sueltos de cuerpo, los defenestrados agentes del ancien regime le plantaron cara exigiéndole respeto por los “usos y costumbres” con los que habían medrado del poder local durante una década. Con firmeza, la Alcaldesa, con la formidable legitimidad que la acompaña, resistió el embate y estoy seguro de que saldrán no sólo airosos, sino doblemente fortalecidos –ella y su equipo- de este tour de force con el que les tocó lidiar nada más estrenarse como autoridades de la ciudad –reitero, ciudad- de El Alto.

En perspectiva, sin embargo, lo ocurrido en El Alto es un pequeña muestra/advertencia de lo que, multiplicado por diez, le ocurriría, dentro de cuatro y medio años, a quien osara imponerse electoralmente al caudillo que ya ha comenzado a abonar el terreno para habilitarse a la reelección indefinida vía reforma constitucional –aunque para su reciente habilitación sencillamente violó, con la venia del sumiso tribunal constitucional, la CPE, “su” CPE-. Sistemáticamente, el régimen ha estado violándola por todo orificio posible.

Comoquiera que el ensayo en El Alto le ha resultado un fiasco, el régimen no va a escatimar recursos públicos en preparar la toma del poder por asalto si acaso, como su tendencia descendente se consolida, lo pierde electoralmente. Son tantos sus intereses creados, sus redes de corrupción (como se vio en El Alto), sus lealtades, sus “cadáveres en el closet”, que no va admitir fácilmente una derrota, como no la admite ahora en la ciudad de Chapetón.

Una nueva legitimidad ha emergido: los llamados “movimientos sociales” (grupos de presión devenidos en actores políticos, en realidad) están implosionando en su propia impostura y los bolivianos están recuperando su condición de ciudadanos –no es un lapsus- que les fuera arrebatada por aquellos.

Ciudadanos y ciudadanas son quienes, en uso de su libertad –ésto es despojados del yugo corporativo- definen el destino de su comunidad (y no al contrario, o sea que la comunidad defina el voto de la persona). Los alteños se han rebelado contra el corporativismo; el régimen tiembla.

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