La larga lista de aspirantes a ocupar las vocalías
vacantes en el Tribunal Supremo Electoral me ha producido un sinfín de
reflexiones sobre la manera en la que se está estropeando –con cada vez mayor
decisión- la institucionalidad democrática en general, y la electoral en
particular.
Y es que, a la sola mirada de dicha nómina, salta lo
absurdo de esta convocatoria que, con apariencia de democratizadora, conduce
mecánicamente al embudo de los dos tercios que ostenta el régimen en el
Congreso por lo que aquellos nombres de operadores del oficialismo tienen
prácticamente asegurada su selección (de lo contrario, no se habrían molestado
en anotarse siquiera).
Este tipo de tongos se dan por la errónea concepción,
lastimosamente dominante, de que mientras más postulantes haya, más democrático
es el régimen, sin considerar que para ciertas instancias lo meritocrático es,
precisamente, un indicador de la salud de la democracia. La malhadada
“elección” de magistrados judiciales ya significó un retroceso en materia de
institucionalidad.
¿Cuál es, según mi criterio, el perfil de un potencial
árbitro electoral? Ser una personalidad que no necesite acceder al cargo para
ser alguien, poseer una trayectoria cuyo prestigio esté por encima de los
cambios de humor de la política local e investir tal carácter que no necesite
retribuir la “gauchada” de haber sido nombrado vocal favoreciendo los designios
del poderoso. Más allá de las credenciales académicas e intelectuales, sin
estos atributos un vocal electoral jamás gozará de credibilidad, menos un
cuerpo compuesto por siete personas.
¿Dónde están, entonces, los notables? Están en sus casas
y –sentido común mediante- decidieron no someterse al manoseo de sus nombres y
seguir dedicados a sus actividades particulares. Otra cosa hubiera sido que
fueran llamados, dada la delicada situación del ente electoral luego del paso
de la Banda de los Siete, análoga a la que dejaron la de los cuatro hace casi
tres décadas, a devolver a la institución electoral el prestigio que llegó a
tener hasta antes de que el régimen metiera sus uñas en ella. Dudo mucho de que
se excusarían.
Los vocales y las vocales de la corte electoral, hasta la
gestión de Salvador Romero, sí poseían los mencionados atributos; por eso sus
designios nunca fueron puestos en duda y, menos, sus personas cuestionadas.
Así pues, me ha causado ternura la ingenuidad del grueso
de los componentes de la lista de aspirantes. Probablemente bienintencionados,
saben que sólo están en calidad de relleno. Tengo algunos amigos en este grupo.
Asimismo, indignación la presencia de los “rotables” del
régimen, que van de puesto en puesto por donde les señalan sus padrinos
políticos. De éstos, los que más rechazo me han producido son los que habiendo,
a su paso por él, contribuido al desprestigio del TSE, tienen la cara de
presentarse, probablemente en concomitancia con el Gobierno. ¡Verdaderos
sinvergüenzas!
Ni qué decir sobre los prontuariados que figuran como
candidatos. Ni siquiera se merecen que los mencione; pero sí es curioso que
aparezcan como “indígenas”, probablemente para aumentar sus posibilidades, ciudadanos
portadores de apellidos castizos –al estilo de Morales-: Antezana Terrazas,
Chávez Terrazas, Claure Moya, Elío López, Gonzales Valdivia, Herrera López,
Olañeta Burgoa, Ovando Fernández, Ruiz Flores, Sanabria Contreras, Tórrez
Vargas, Velasco Mosquera...
En este desolador panorama, encuentro un pequeño grupo de
“potables” –un par que no menciono porque estoy consciente de que los
perjudicaría-, pero es casi seguro que el régimen se los pasará por el forro.