jueves, 14 de febrero de 2013
La muerte del caudillo
Me es imprescindible comenzar diciendo que, en su origen –y por tanto, primera acepción- el término “caudillo” está vinculado al ámbito militar y, por extensión llega a otros dominios, el político entre ellos.
Hago énfasis en ello porque la organización militar es de tipo vertical. Ergo, allá donde haya un caudillo habrá, más o menos evidente, una organización vertical que, como sabemos, no es precisamente la que tenemos en mente al hablar sobre democracia.
No acostumbro a tomar definiciones de manual, pero recurro a una de éstas a manera de redondear lo dicho: “El que, como cabeza, guía y manda la gente de guerra”.
Curiosamente, en su derivación política –de marca registrada latinoamericana- el caudillismo está estrechamente –aunque no necesariamente- relacionado con caudillos militares (Perón, Velasco Alvarado o el propio Hugo Chávez Frías).
Así como en los ejércitos, las huestes del caudillo –huestes sociales, soldados de la revolución- desarrollan una dependencia próxima a la enajenación de la persona, de la presencia física de aquél. Es por esto que su muerte va a sumir en la descomposición a sus dependientes. Si de guerra se tratara, la derrota sería inminente, al caer éstos en la desmoralización.
Ciertamente el caudillismo, convertido en populismo, tiene varios otros componentes que lo hacen más complejo que la simple personalidad: clientelismo, prebendalismo, redes de lealtades, etc.
En uno de mis libros de cabecera, “Paradiso” de José Lezama Lima, el autor nos cuenta la historia del caudillo militar Atrio Falminio, en su avance para librar batalla en Capadocia, luego de haber vencido en la conquista de varías ciudades griegas (Mileto, Tesalia, Larisa, etc..
Pero a poco de afrontar la lid en Capadocia, Flaminio muere. “La noticia de su muerte se mantuvo en secreto. Vinieron los jefes más importantes del asedio para preparar una estratagema… llegaron al acuerdo de preparar en tal forma el cadáver, que cuando se diese la arremetida final, las tropas viesen la figura de Atrio Falminio. Lo amarrarían a su corcel y anudarían su espada a su mano derecha. Al ver de nuevo a su jefe, las tropas sintieron de nuevo el bronce que el jefe supremo había volcado en su coraje. Fue de un solo ímpetu cómo se desplomaron las murallas de la Capadocia…”
Quizás esta leyenda explique algunas cosas que estamos viendo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario