Así comienza una crónica de viaje que se publicará en Página Siete el 14 de agosto:
El viaje es uno sólo; el camino, la vida; las alas, el destino al viento, no como llegada, sí como tránsito permanente. De escalas y estaciones está hecho.
Mi paso, durante una semana por la comunidad Sirujasi (2002), cocinando a leña, sin agua potable ni servicios básicos, durmiendo en compañía de ratones e incomunicado con la civilización, y mi estadía en el Beacon de Nueva York el año pasado –un hotel de entre 400 a 2 000 dólares por noche, en el que se alojaron los Rolling Stones y Michael Jackson, entre otros- son mi mismo y único viaje.
La historia del viaje o la búsqueda es una de las más antiguas y recurrentes de las letras y del cine. Pequeños Marcopolos, vivimos también nuestras petit Odiseas, nuestro mini Easy Rider, nuestros little Pasos Perdidos, nuestra propia Cuestión de Fe…
Precisamente, una imagen emblemática de la entrañable película de Marcos Loayza me convence de que mi road movie personal y real vivida en 1998 es la escena que merece ser actualizada en esta página. No era “La Ramona” sino un camión Hino, el símbolo de esta historia; vayamos al comienzo...
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