jueves, 31 de marzo de 2011
El "marámetro"
Y aquí nos tienen hablando del mar… Utilizo primera persona plural porque, con seguridad, usted, como el resto de los ciudadanos, no ha podido sustraerse del tema que ha borrado de la faz de la arena pública, cual tsunami devastador, todo aquello que no tenga color azul marino. Un movimiento táctico de manual ha tenido el conocido efecto de sacar del fuego las castañas de un régimen que comenzaba a asfixiarse, víctima de su propia estulticia. Con el llamado a cerrar filas frente al enemigo externo –“marámetro” infalible- toma algo de oxígeno político; ¿sabrá administrarlo?.
“La estrategia marítima cosecha adhesiones”, rezaba el titular de apertura de La Razón. Si bien la táctica es impecable, me pregunto ¿cuál estrategia? Un discurso no hace una estrategia. Se supone que la nueva instancia burocrática abierta para el asunto es la llamada a hacerla para, después, ponerla en práctica. Pero al calor de la precipitación ya se le ha puesto un obstáculo con la ratificación, por parte del parlamento, del Pacto de Bogotá, que se pasó por el forro las reservas planteadas por el Estado Republicano –del cual soy ciudadano- en su momento. La venganza, inconsciente, de la oposición, ha sido ayudar a poner otro candado al reclamo reivindicativo.
Trato de ser lo más “políticamente correcto” en este asunto, para no causar ciertos malestares chauvinistas, pero tampoco se trata de ser alcahuete. Ahora hablo en singular…
Desde que tengo uso de razón soy partidario del multilateralismo en este delicado asunto y sufrí un sofocón cuando, apenas estrenado, el régimen etnonacionalista optó por echar por tierra todo lo poco o mucho avanzado en el plano multilateral y se decantó por la bilateralidad acompañado por una etérea “diplomacia de los pueblos”.
Dado que el tiempo hace su parte, como que me fui acostumbrando a la idea: lo que más me disgustaba eran los gestos exageradamente zalameros (artificialmente montados) de los encuentros binacionales; lo que en algún momento me pareció adecuado fue el perfil bajo de las negociaciones propiamente dichas, las que, sin embargo no llegaron a dar resultados concretos.
Justo cuando comenzaba a asumir que, pese a su lentitud, entendible además –tenía asumido que no llegaría a ver el mar boliviano, pero que mi hijo sí lo haría- el régimen me cambia el juego y me lleva de nuevo a mi vieja convicción multilateralista aunque, en versión “reloaded”, con demanda judicial internacional incluida. La idea –no hay estrategia aun, insisto- conlleva su propia limitante, amén de la ya anotada ratificación del Pacto de Bogotá. Una vez iniciada la acción judicial, todo se juega en los estrados y, por ética, ningún Estado ajeno al diferendo puede manifestarse abiertamente a favor de uno de los involucrados en el mismo. El interés de Bolivia, por ejemplo, es que Chile ganara en el diferendo por aguas que libra con Perú en La Haya, pero debe mantenerse pretendidamente neutral como el resto del mundo.
Es que cuando propugno el multilateralismo (multilateralidad doctrinaria), lo hago porque considero que puede transformar nuestra fuerza moral –que la tenemos- en una fuerza política capaz de minar la resistencia del vecino trasandino, pero tengo mis dudas de que pueda transformarla en fuerza jurídica.
Un asunto embarazoso será el de reponer el tema en los foros internacionales (ONU, OEA) ya olvidado -¿archivado?- en tales instancias. Ha sido un lustro perdido en materia de energía diplomática.
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