jueves, 9 de abril de 2009

PARA PREVENIR EL WALKERGATE



Se suele escuchar con cierta frecuencia que si Franz Kafka hubiese sido boliviano sería considerado un escritor costumbrista. Baste con referirse al todavía fresco caso del turismo carcelario para dar crédito a este comentario. Sin embargo, el autor de La Metamorfosis era, extrañamente, checo.

A primera vista, nuestras Fuerzas Armadas dan la impresión de ser kafkianas: siendo mediterráneo, el país se da el lujo de mantener una Armada y, poseyendo una Fuerza Aérea, no cuenta con el material de vuelo imprescindible como para justificar su nombre.

Los bolivianos –yo, al menos- tenemos explicaciones para ambos extremos, aunque a los observadores externos les parezcan más estrafalarias aún: Bolivia no es mediterránea desde siempre; por tanto, la pervivencia de la Naval simboliza la aspiración nacional de retornar al litoral arrebatado por Chile mediante el recurso bélico. En cuanto a la FAB, que tuvo un heroico desempeño durante la Guerra del Chaco, creo que ha venido pagando la factura que le dejó su ex comandante René Barrientos, quien la usó para sus fines políticos. La democracia, consciente o inconscientemente, le fue eludiendo la dotación de aeronaves de combate, situación insostenible que, con la llegada de Evo Morales al poder y su virtual pacto de cogobierno con las FFAA –lo he dicho antes: los militares están gozando de los privilegios del poder sin asumir responsabilidad alguna en caso de un descalabro del gobierno; están, por tanto, en el mejor de los mundos- podría revertirse, no sin correr el riesgo de ser víctima de su propia dadivosidad.

Convengamos, entonces, en que la Fuerza Aérea necesita una flotilla de aviones de guerra para la práctica de sus efectivos. Pero así como hay necesidades, se presentan también objeciones. La primera es de conciencia (estatal) ya que la constitución masista que no tenemos más remedio que acatar, prescribe (Art. 10) sabiamente que Bolivia promueve la cultura de paz; luego, no suena muy coherente andar por el mundo haciendo shopping armamentista. La segunda es que, como ya se mencionó, tal potenciamiento llevaría implícita una amenaza al propio Gobierno –he escuchado por ahí que el único “político” capaz de enfrentar a Evo tiene, en este momento, grado de teniente (¿de la FAB?)-. La tercera es de orden moral-económico y tiene que ver con la crisis financiera global.

Me pregunto, no obstante, qué siente un oficial de la FAB cuando ve engrosar la flota aérea de Chile o la adquisición, por parte de Venezuela, de 50 aviones MIG-29 por la friolera de ¡cinco mil millones de dólares!.

A estas “alturas”, usted ya sabe dónde voy a aterrizar. Evidentemente, en las desesperadas gestiones del ministro de Defensa por echar mano de una nada despreciable suma para la compra de aviones ch(u)ecos con destino a la FAB.

A las objeciones generales antedichas, agreguemos unas particulares: la primera es que no se ha procedido a efectuar una licitación internacional, la segunda es que –según el analista Hugo Achá- hay aviones similares más modernos y baratos. Pero de todas la que más llama a sospecha es la que recuerda al escándalo del Beechcraft.

Recordemos que para justificar su adquisición se puso como subterfugio las emergencias debidas a desastres naturales (luego del terremoto que afecto a Totora, Mizque y Aiquile). Tomándonos por idiotas, nuestro kafkiano ministro nos cuenta que estos aviones son para la lucha contra el narcotráfico.

El Gobierno está a tiempo de evitar un Walkergate.

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