No hay un solo
Juan Evo Morales Ayma; hay, al menos, cuatro: la persona, el personaje, el mito
y el (semi)dios. Eso explica que la persona se refiera a los otros tres en
tercera persona, ¿Ha probado usted referirse a sí mismo como si lo estuviese haciendo
a otro? Yo lo he intentado, y no lo he logrado; supongo que se debe a que no
tengo una personalidad escindida.
Para el caso de
la persona -JEMA- tal dispersión actúa más bien como un mecanismo de defensa.
El individuo en cuestión no es un peligro en tanto sujeto natural; al
contrario, es un ser acomplejado, inseguro, de baja autoestima. ¿No era éste el
perfil del Hitler aún anónimo?
El tránsito -de
la de notoriedad pública a la posesión del poder casi omnímodo- hacia el personaje, es una carrera por revertir
aquellos déficits -mecanismo de compensación-. Es entonces que se inviste de
ropajes al estilo del “traje nuevo del emperador”. Y se comienza a construir el
mito.
A manera de
sazón, traigo un pasaje de una entrevista que María de los Ángeles Baudoin, de
junio de 1995 (“La otra cara de Evo”, suplemento Ventana, La Razón) en el que
le hace esta pregunta: “¿Eres egocéntrico?”, a lo que el entrevistado le
contesta “¿Qué es eso?”. Una vez que explicado el significado, el aludido dice
“Sí, es un vicio”.
En la medida en
que sus acciones van erosionando la democracia, se le atribuyen facultades
extraordinarias: imbatibilidad electoral, energía ilimitada, omnipresencia,
campeón de su propio torneo, figura mundial… en el proceso, el dirigente
sindical se ha convertido en el indígena vengativo. Mucha de esta construcción
proviene de afuera. Recuerdo a Hugo Chávez diciendo que “su indio” domina “más
de siete idiomas”, cuando bien sabemos que ni siquiera habla una lengua
“originaria”. Y su castellano no es precisamente magistral.
Finalmente, por
obra y gracia de sus “amarrahuatos” y con la aquiescencia del propio Morales,
se forma una especie de culto, de adoración religiosa, de Iglesia;
endiosamiento, en suma. La “Casa Grande”, el museo… García Linera diciendo que
seres como el señor Morales Ayma aparecen una vez cada mil años.
¿Logró su
propósito de minar por completo la democracia? Casi. La democracia residual que
resistió la arremetida de su régimen, logró importantes hitos que frenaron el
ímpetu destructivo de la institucionalidad democrática. Lo que me lleva a
relativizar un eventual potencial peligro desde su reducto ligado al poder
paralelo (ilegal) y alejado del formal. Un recuento de sus derrotas sirve para
lo que sigue.
Esto, es el
proceso de desmontaje del mito. Antes de anotar los momentos más evidentes de
su debilidad, mientras estuvo en el ejercicio del gobierno, es interesante
mencionar que, en arranques de “mea culpa”, sus adláteres del pasado inmediato
reconozcan que la construcción de la imagen portentosa de su consentido objeto
de culto no tiene base de sustento alguna.
Para hacer algo
de memoria, recordemos algunos tropezones de Morales Ayma en los momentos que
más poder ostentaba: su intento de “gasolinazo” confiando en su “espalda” política
le daba para sostenerlo. No duró ni tres días y tuvo que retroceder. En ese
tiempo, tal cosa era contradictoria con el discurso de prosperidad con el que
llenaba la boca. Al respecto, ahora hay disponibilidad social para ajustes de
esa índole. La marcha por el TIPNIS supuso otro retroceso para el “le meto
nomás”, así como lo fue la reversión del Código de Procedimiento Penal, los
sucesivos triunfos del voto blanco/nulo en las dos primeras elecciones
judiciales, etc. Y el sopapo definitivo: el 21-F que precipitó la caída del
régimen, pese a sus interpretaciones forzadas sobre un supuesto “derecho
humano” y el fraude monumental que operó en 2019.
Ergo, si con todo
el poder en sus manos fue impelido a recular, ahora que no lo posee es mucho
menos peligroso, más allá de sus bravuconadas.
Hace mucho que Morales Ayma dejó de
ser símbolo de inclusión para convertirse en símbolo del estancamiento
político. Luego, sobrevive políticamente en su reducto y ya no gravita en toda
la esfera pública. En gran medida vive de su propio recuerdo que, con un nuevo
gobierno que se respete, terminará por desaparecer.
Los
últimos meses, Morales Ayma ha intentado por todas las formas posibles de
forzar su habilitación como candidato a presidente para las ya cercanas
elecciones. En el camino ha perdido todas las batallas, llegando incluso a
perder el partido que consideraba de su propiedad. Podrá, seguramente, colocar,
a última hora, a sus alfiles en alguna lista de parlamentarios y eso será la
más a lo que podría aspirar. Se le acabaron los recursos -los legales, quiero
decir-. Todo lo demás es vocinglería, violenta ciertamente.
Hoy
se está viendo la peor versión del caudillo caído en desgracia. Pero, por ello
mismo, hay que mantener cierta cautela. Dicen que las últimas erupciones de un
volcán (JEMA lo fue antaño) en vías de apagón son las más violentas. Más allá
de eso, lo que quedará será puro cascarón y volverá la persona vulnerable,
aunque, probablemente, soberbia.
Yo
diría que antes que un peligro para la democracia, el actual Morales Ayma es un
mal ejemplo de perdedor. El susodicho es, en realidad, un peligro para las
niñas.
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