Con la reciente
destitución, tardía y poco convincente, del penúltimo ministro titular de Medio
Ambiente y Aguas, y del exdirector del SERNAP, una vez más la mácula de la
corrupción se apodera de la entidad y por mucho que el nuevo ministro intente
-lo más probable es que, en la recta final del periodo presidencial, no le
alcance el tiempo para hacer algo relevante- limpiar la imagen de la entidad,
es probable que no lo consiga. Tendrá que ser la próxima gestión gubernamental
la que realice una cirugía mayor para extirpar el cáncer que deja el régimen
masista.
Es doloroso que
la seguidilla de hechos de corrupción más “sonados” -esto no quiere decir que
no hubieran otros cuya “virtud” es, precisamente, permanecer en la sombra y el
silencio- del último tiempo haya ocurrido en un espacio que, por la naturaleza
de su campo de acción, era el llamado a ser libre de toda tentación a
corromperse.
Cuando se piensa
en órganos gubernamentales tradicionalmente ligados a la corrupción, se vienen
a la cabeza la Aduana, Caminos, Policía, Judicatura, Derechos Reales,
Migración, Derechos Reales, etc. y sus respectivas cabezas de sector en las que
prácticas como el “diezmo”, el sobreprecio, el tráfico de influencias, el
amiguismo (o compadrerío), el favor político, el “aval”, etc. están
prácticamente institucionalizadas.
Hago, en la misma
línea, un paréntesis para referirme al Ministerio de Educación, otro nido de
malandrines que están a cargo nada más y nada menos que de la formación – esto
atañe a los valores- de los próximos ciudadanos de este país.
Cuando se piensa
en el medio ambiente, se nos vienen a la cabeza activistas realmente
comprometidos con tal causa, casi idealistas de la preservación de nuestra casa
grande, a escala mundial y local. Gente de servicio, voluntarios que inclusive
están dispuestos a dar su dinero y hasta su vida en defensa de la Madre Tierra.
Algunos de ellos con grados académicos en carreras relacionadas al rubro. Es de
ese ámbito del que tiene surgir el ministro o la ministra del área -creo que, inconscientemente,
estoy proponiendo a Cecilia Requena-; ¡No del que otorga avales de “movimientos
sociales” para repartir el botín!
No es difícil
señalar el origen de la corruptela en Medio Ambiente: otorgación de licencias
ambientales sin mayor trámite que unos miles de dólares a la cuenta del
ministro, inspecciones, previamente “aceiteadas”, de actividades depredadoras
del ecosistema, e incluso protección, remunerada obviamente, a grandes
destructores forestales y madereros… Vomitivo por donde se lo vea.
Y claro, todo
bajo la gran patraña del “pachamamismo”, la reserva moral de la humanidad, que
encantan en los foros internacionales mientras en la casa se incendia
-literalmente-. En 2006, uno de los ideólogos y operadores del régimen, Carlos
Romero, decía: “Los pueblos indígenas se complementan con la naturaleza. Es
decir que son parte. No como las empresas transnacionales que ven a la
naturaleza como objeto de explotación económica para enriquecerse”. Una vez
más, el remed(i)o resultó peor que la enfermedad.
No deja de ser
irónico el hecho de que mientras el ministerio de Medio Ambiente es uno de los
botines más ambicionados por los “hermanos masistas”, la ciudanía expresa día a
día, particularmente la juvenil, su angustia ante los eventos que ponen en
riesgo la sostenibilidad de los ecosistemas.
Lo propio ocurre
con quienes, a través de la escritura, expresan sus ideas en los medios. Hace
poco, realicé un estudio sobre las temáticas que éstos abordan en sus columnas
-publicadas en Brújula Digital, El Diario y La Razón, entre agosto y octubre de
2024-. De un total de 1 140, 52 estuvieron dedicadas al tema ambiental,
cantidad nada desdeñable.
Hablamos dentro
de diez meses.
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