jueves, 5 de septiembre de 2024

Síndrome postcensal

 


Sin ser estadístico o demógrafo, desde mi posición de ciudadano con algo de sentido común y algo de información fehaciente, he escrito un puñado de columnas sobre los censos, a partir del de 2001. Lo he hecho, en cada caso, en las etapas pre y post.

Dada mi edad, soy consciente de haber vivido cinco procesos censales y, hasta donde recuerdo, los dos anteriores al mencionado no causaron aspaviento alguno como lo vienen haciendo desde aquel. Un factor transversal lo explica en parte -sólo en parte-: hasta el anterior al de ese año, los censos eran meros actos administrativos y de planificación: luego, prácticamente se tornaron en instrumentos políticos (de poder) y económicos (de distribución).

El de 2001 -antes de que a nadie se le ocurriera hablar sobre un dichoso “Estado plurinacional”- al influjo de románticos activistas “anticolonizadores” que afinaron el discurso con los aires del Quinto Centenario (1992) de como usted quiera llamar a la llegada de don Cristóbal a esta parte del mundo –“descubrimiento”, “encuentro”, “invasión”, etc.- y lograron que el INE introdujera la famosa pregunta de la “autoidentificación étnica”. Xavier Albó se congratulaba por ello.

El asunto causó un gran equívoco descomunal: muchos ciudadanos, por cierto impulso emocional, se adscribieron a algún grupo “originario” arrojando un 62% de población “indígena” (del cual, probablemente ni la mitad hablaba la lengua “originaria”). Posteriores estudios, no gubernamentales, determinaron que la autoidentificación como “mestizo/a” sumaba un 64% de la población. Es posible que esta última hubiese aumentado, pero la boleta censal del reciente censo no incluyó -porque se caería el discurso del tal “Estado plurinacional”- tal opción.

El de 2012 fue un gran fiasco técnico -más de un año y medio para revelar el resultado “oficial”-. El de 2024 (que debía haberse hecho en 2022) comenzó ya con gran controversia y, luego de la cifras globales ya conocidas, tiende a sacar más roncha.

A eso le llamo “Síndrome postcensal”. ¿Tiene que ser un acto de esta naturaleza algo tan traumático? En un Estado serio -y el Estado masista no lo es- no tendría porqué ser así. Seguramente, estudios independientes darán una mejor panorámica de la distribución demográfica, pero los mismos no tendrán carácter “oficial” (el único que lo tiene es el del Censo de Población y Vivienda que lo ejecuta el Gobierno de turno). Así es que por mucho que la razón asista a quienes critican el resultado del reciente censo, será difícil, sino imposible modificarlos: Habrá que esperar al menos 10 años para que un Gobierno serio desarrolle un censo en serio.

Entre los elementos que deben ser explicados por el régimen está, por ejemplo, la cifra de decesos a causa de la pandemia. Durante la misma, el Gobierno se jactaba de que el índice de fallecimiento por esta causa era bajísimo (22 000 muertos). Hubo quienes advirtieron que se ocultaba información (“Alertan que la cifra de decesos por COVID-19 es mucho más alta que la oficial” -titular de Los Tiempos, de 2021”) y ahora resulta que el INE, para justificar la disminución de la población asegura que hubo 140 000 muertes -leyó bien, ciento cuarenta mil- por COVID-19. ¿Quién mintió?

Pero aún siendo así, la cifra no alcanza (ni con los otros elementos: migración, menos nacimientos en las ciudades) para cubrir la merma respecto a los cálculos previos.

Para cerrar… resulta que ahora, el campo se está repoblando -se dice que su tasa de fecundidad es mayor a la de las ciudades: puede ser, pero las tasas son términos relativos (10 parejas con 3 hijos cada una, hacen 30; 50 parejas con un hijo cada una, hacen 50)-. Interesante dato que contradice todas las tendencias demográficas en el planeta Tierra. También tributa a esta “disminución” urbana, el retorno para el día del censo de los “residentes” a sus comunidades rurales. Habría que pensar, para el próximo, una pregunta como “¿Cuál es su lugar de residencia habitual?”.

La merma también es atribuida a la migración -con el consiguiente subtexto de “¿a qué se debe que los bolivianos se están yendo del país?”.

Repito. Todo aquello puede ser atendible; pero tengo la sensación de que aún sumando toda aquella población “perdida”, sigue habiendo un enorme boquete respecto a las proyecciones. Dudas razonables, al menos.


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