Tendría yo diez
años y mi hermano, ocho. A mis papás se les ocurrió mandarnos, sin que nadie se
hiciera cargo de nosotros (¿se atreverían en estos tiempos los padres a mandar
así a sus hijos?), por ferrobús, a Sucre, donde unos tíos nos recibirían -nunca
supe por qué mi hermano, de nueve años, no nos acompañó, pero recuerdo que, con
el ferrobús en movimiento, él exclamaba “no viajen, no viajen”-
Ya era
estronguista -he contado en otros escritos la razón; en resumen: el siniestro
aéreo de Viloco- pero nunca había ido a un estadio a ver un partido -mis papás
no eran “de ir al match”- y resultó que mi tío y mis primos sucrenses sí lo
eran. Ellos, estormistas (del Stormers); nosotros, del Tigre. Fue toda una
epifanía -un “insight”, como se dice ahora-. Las figuras del aurinegro eran el
boliviano Mario Pariente, el argentino Luis Fernando Bastida, y el aún
paraguayo Luis Esteban Galarza. Desde entonces, me convertí en asiduo de las
graderías.
De algún modo,
conocía a los jugadores. El dueño de la embotelladora de gaseosas “Oriental”
era también presidente del club y una de las promociones de sus productos era
completar el equipo de entonces con tapitas en las cuales se encontraban los
nombres de los jugadores. Justamente, “las claves”, esas tapitas difíciles de
conseguir eran… Bastida y Galarza. Ya desde entonces, el arquero-símbolo del
equipo era un ídolo. Probablemente, el premio al completar el plantel era una
pelota. No la obtuve.
“¡Oh, Capitán!
¡Mi Capitán! -declamó con voz potente-. ¿Quién sabe de dónde es este verso?
Vamos, ¿nadie lo sabe?”. Así se presentaba ante sus estudiantes el profesor
Keating en la película “La sociedad de los poetas muertos”.
“-Pues bien,
sabed rebaño ignorante, que este verso lo escribió Walt Whitman en honor de
Abraham Lincoln. En esta clase podéis llamarme señor Keating o, si sois más
atrevidos, ´Oh, Capitán, mi Capitán´”.
Para mí, y para
miles de Tigres, Galarza fue eso: El capitán de capitanes.
El barco sano y salvo ha echado el ancla, el periplo por fin
ha concluido;
del azaroso viaje, el barco victorioso regresa logrado el objetivo.
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