Entrecomillo, en principio, la palabra del título para que
no se confunda el uso que le daré con los sentidos corrientes del término, a
saber: “Referencia a la historia de
los acontecimientos que ocurrieron después y como consecuencia de un hecho
determinado”; “periodo posterior a la historia convencional”; “conjunto
de proyecciones históricas, en el que se consideran las acciones del ser humano
sobre su medio natural y social para hacer predicciones sobre futuros
acontecimientos (rama de la futurología)” -https://www.elsaltodiario.com/diccionario-posverdad/posthistoria-.
La intencionalidad que le doy
tiene relación con la denominada “posverdad”, a modo de intertexto de la misma:
Si la posverdad es la distorsión tendenciosa de un suceso informativo, la
poshistoria vendría a ser su correlato en el ámbito de la historia –cuya gravedad
es mucho más peligrosa que la de la falsedad de una noticia (coyuntura) dado
que su alcance espacio-temporal tiene carácter estructural-.
La historia tiene carácter interpretativo,
desde luego. No debería haber tal cosa como una “historia oficial” única y
lineal. Pero para que hay historia debe haber hechos sobre los cuales los
historiadores, en primera línea, y el resto de los seres humanos, luego, puedan
discurrir (discutir) sus interpretaciones sobre los mismos –por ejemplo, el
arribo de Colón y sus muchachos a las costas caribeñas es aún hoy juzgado como “El
descubrimiento de Ámerica”. Les Luthiers, que, a propósito, estarán en nuestro
país próximamente para cerrar su creativa carrera, tienen una divertida parodia
al respecto; mientras para otra corriente, se trata del “Encuentro de dos
mundos”-. Si no hay hechos, no hay materia “historiable”. Puede haber, eso sí,
y de hecho los hay, mitos y eso no tiene nada de malo. La grosería es hacer
pasar –forzar- los mitos por historia.
Y desde hace unos años, por
estos lares, la poshistoria ha sentado sus reales. Los mitos no solo son
necesarios, son, inclusive, deseables; generan cohesión entre miembros de una
colectividad que comparten una visión del mundo. Los mitos fundadores dan identidad,
aunque todos parten de una idea muy similar sobre la creación. La especie
humana, a diferencia de otras, es una especie simbólica y sus miembros,
nosotros, a partir de cierto periodo de construcción intelectual, desarrollamos
una “membrana” que separa lo mítico de lo histórico, lo racional y lo
científico. A ese conjunto de elementos lo conocemos como cultura, en sentido
amplio.
Nuestro filósofo Guillermo
Francovich escribió sobre los mitos profundos de Bolivia. En la introducción
del libro que los reúne, dice que “constituyen importantes factores históricos
que es necesario conocer”, lo que entra en colisión con lo que acabo de argumentar.
Obviamente, yo le quito “históricos” y proclamo que los mitos constituyen importantes
factores que es necesario conocer. Y todo ser humano debe hacerlo respecto a los
que abraza su colectividad justamente para impedir que algunos congéneres
quieran llevarlos a planos de la “poshistoria”, en el sentido que acá le hemos dado.
Otra vertiente de la misma, al
margen del mito intemporal, es la de la pura invención (falsificación) de la
historia, al extremo de, con la pretensión de adoctrinar ideológicamente,
llevarla a textos escolares –complementada, además, con manifestaciones
escénicas, ritos y símbolos recién inventados que se quiere hacer pasar por “milenarios”
u “originarios” cuya intención no es otra que la ir borrando la historia (los
hechos); objetivo absurdo, por cierto-.
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