jueves, 4 de mayo de 2023

De "Universario"

 



Con algo de asombro, que no lo tuve mientras sucedían los acontecimientos, recuerdo cómo aquellos aciagos días de pandemia, la institución educativa en la que ejerzo la docencia continuó cumpliendo sus labores académicas sin haberlas suspendido siquiera un día. Ciertamente, lo hizo recurriendo a lo que ahora es una modalidad estándar en cualquier centro de estudios; pero que,  por entonces, pocos estaban listos para ponerla en práctica. La calamidad los encontró “en curva” y, en casos extremos, las actividades lectivas se suspendieron hasta por un año.

La crisis política de 2019 -veintiún días- supuso también una interrupción de las actividades cotidianas, pero, recurriendo a plataformas públicas gratuitas, aunque muy limitadas, se sorteó el momento hasta que, resuelta tal cuestión, se retomó el tramo final de clases de la manera corriente. Fue, de todas maneras, una especie de preparación para lo que vendría –sin saber qué es lo vendría-.

¿Cómo hizo, entonces, esta casa de estudios superiores para proseguir sus labores de enseñanza-aprendizaje sin mayor contratiempo? Para empezar, debo precisar que es el caso que conozco –puede haber algunos similares, pero no tengo conocimiento de los mismos- y es que, simplemente (se dice fácil) tuvo que acelerar un proceso de transformación tecnológica que, independientemente de las contingencias, venía desarrollando desde hace un año antes. En principio de manera exclusivamente virtual y ahora de forma híbrida, la posesión de una plataforma de pago, junto a una intensiva capacitación al plantel docente para el manejo de la misma garantizaron la continuidad ininterrumpida, valga la redundancia, de la labor educativa.

Hablo de la misma entidad privada que hace más de cinco años comenzó a implementar un modelo que dejaba atrás al de la educación “tradicional”. El salto hacia adelante supuso incorporar metodologías activas, hoy llamadas “opciones metodológicas” que invitan al estudiante y al docente-mentor a construir, juntos, el aprendizaje significativo y que, recientemente, está experimentando con desafiantes prototipos académicos.

La primera ola de universidades privadas en Bolivia –excluyendo a la UCB, fundada en 1966- se dio de finales de los ochenta hasta mediados de los noventa-. Si bien son organizaciones de carácter empresarial, por su naturaleza no son un negocio convencional; el Estado las regula y, hasta cierto punto, controla, a través del ministerio de Educación –viceministerio de Educación Superior, específicamente- y debe pasar un tiempo hasta que las certifica como “Universidad Plena”. Para ello, deben cumplir una serie de requisitos de carácter académico, administrativo y técnico. Aquellas que no obtuvieron tal acreditación cesaron sus actividades. Las que sí lo hicieron, gestionan acreditaciones internacionales que las proyectan y acrecientan su sostenibilidad en un ámbito altamente competitivo.

El alma mater de varias generaciones de profesionales al que me refiero es UNIFRANZ, fundada el 4 de mayo de 1993, durante el periodo de gobierno de Jaime Paz Zamora, misma que acaba de cumplir 30 años al servicio de la educación superior en Bolivia. De esas tres décadas, la última ha supuesto un crecimiento exponencial en todos los órdenes vinculados a una organización de esta naturaleza lo que, por supuesto, se celebra, pero, más importante aún, reafirma el reto de seguir innovando. Como suelo decirles a los estudiantes de primer semestre, en el primer día de clases, desde hace veinticinco años: “Los días pasan lentamente; los años pasan volando”.

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