Allá por finales de los años 80 y durante la siguiente década del siglo XX buena parte de la ciudadanía abrazó un placer culposo: a la manera de los voyeurs, sintonizar el programa “El Telepolicial”, sagradamente todas las noches. El estilo de su conductor y creador, Cacho Ordóñez, era parte de ese imán que convocaba a fisgar dicho espacio; aunque nadie admitía abiertamente seguir tales transmisiones, muchas conversaciones derivaban en asuntos que sólo se abordaban en ellas. Era obvio que la fuente era El Telepolicial.
Y lo era, porque el resto de la información televisiva se
centraba en las noticias sobre economía, sociedad y política, además de fútbol.
Los “hechos de sangre” no tenían cabida en los noticieros convencionales. El
Telepolicial encontró su lugar en un horario semiclandestino y no ahorraba
imágenes crudas para dar cuenta de la actividad criminal local, morbo incluido.
Tal era el “encanto” del programa. Lo poco que conocemos del mundo del hampa –las
“especialidades”, por ejemplo-, del léxico forense –decúbito dorsal- y de los
procedimientos investigativos –por entonces a cargo de la PTJ- lo aprendimos
ahí.
Con los años –tengo entendido que el programa aún sigue
vigente- los espacios informativos habituales fueron incorporando, tímidamente
primero, desenfadadamente luego, contenidos de crónica roja–“el muerto vende”,
me dijo un periodista, cuyo nombre no quiero decir, que dirigía un periódico de
ese jaez-. Grosso modo, puedo aventurar
que, en conjunto, temas de seguridad, crimen, violaciones y narcotráfico ocupan
más del 60% de aquellos. De alguna manera, la noticia televisiva se “telepolicializó”.
Cuando hablábamos de hechos de sangre, teníamos clara la distinción
de que éstos ocurrían exclusivamente en el ámbito de lo privado, claramente
separados de la corrupción que era de exclusividad del ámbito de lo público
(político, gubernamental, estatal).
Con la irrupción del MAS, ambos mundos confluyeron. El caso
Catler Uniservice / YPFB dejó un muerto, asesinado por sicarios contratados
para tal efecto. Hasta entonces, no se conocía que escándalos de corrupción
derivaran en crímenes de tal naturaleza. A partir del mismo ya no fue posible
distinguir unos de otros, porque éste no fue el único. Hemos pasado del
pretendido Estado plurinacional al Estado telepolicial, con forajidos operando
desde las entrañas del poder.
Mucho me temo que el más reciente hecho de
corrupción/crimen privado-estatal, no sea el último: ya hay una suerte de modus
operandi que incluye a la muerte como manera de “solución” de escándalos
incómodos al poder. Es el estilo del régimen masista, sin solución de
continuidad Morales-Arce, para “salir adelante”, incluso sacrificando a sus
propios “hermanos”, tal como ocurrió con el exviceministro de Régimen Interior –cargo
que actualmente ostenta un siniestro policía-, Rodolfo Illanes, a quien el
Gobierno de Morales Ayma envió absolutamente desguarnecido a negociar con
cooperativista mineros aliados del régimen quienes lo torturaron y asesinaron
sin compasión. A la fecha, no hay noticias de los responsables del macabro
hecho como tampoco de alguien que haya asumido la responsabilidad política del
mismo.
En el caso conocido como “Coimas en la ABC”, la justicia
sobreseyó a los imputados, sin tocar al máximo ejecutivo de la entidad y, en el
camino, haberse producido el suicidio del testigo protegido y hace no mucho,
uno de los abogados del Gobernador de Santa Cruz, preso político, corrió con la
misma suerte, o la misma muerte, si se prefiere.
Esta historia continuará. Lo actores están “arriba”, como
dijo el finado exinterventor de Fassil.