Con telón de fondo de una situación económica cercana a la
catástrofe, el Movimiento al Socialismo – Instrumento Político por la
Liberación de los Pueblos – Pacto de Unidad – Consejo Nacional por el Cambio –
Proceso de Cambio – etcétera - etcétera se desangra en su guerra interna, la
cual ha adquirido una tónica escatológica nunca antes observada en casos de
desintegración de organizaciones políticas. El nivel de las acciones y la diatriba
de cantina que practican los bandos enfrentados ha caído tan bajo, que la
recurrente figura de “prender el ventilador” ya no alcanza para describir su
tufo a pozo ciego. Aunque ello, para quien no se revuelca en su estiércol, no
es necesariamente malo: se han producido denuncias que, de otra manera, nunca
hubiesen salido a luz o que, emitidas por algún opositor, hubiesen sido
desahuciadas en el acto y, probablemente, el denunciante, perseguido o
encarcelado.
Lo curioso es que, por ejemplo, los señalamientos de los
desplazados hacia los emergentes –“evistas”/“arcistas”, “radicales”/“renovadores”,
como también se hacen llamar- son tan detallados que no hay duda de que fue una
práctica soterrada cuando aquellos controlaban los negocios estatales. El
mecanismo de “circulación” en la importación de combustibles ya operaba en
tiempos en los que los ahora acusan ejercían la tutela del negocio. En
realidad, lo que parece estar en disputa es la apropiación de los “excedentes”
del mismo, cosa que hubiese permanecido oculta de haberse declarado la guerra
intramasista.
Otra muestra de cinismo llevado a extremo es que el creador
de los “guerreros digitales” ahora los llame “mercenarios digitales” porque ya
no están a su servicio. Esto, a consecuencia de la remoción de las cuentas de
la granja azul reconocible tanto por su virulencia como por su pésima
ortografía. Se acabó, esperamos, ese juego sucio pagado con recursos públicos.
Pero mientras esos y otros ajustes de cuentas suceden en la
estratósfera del régimen, al ras del piso las cosas se salieron de madre hace
rato y de los insultos mutuos y las sillas voladoras se ha pasado a las
acciones de hecho, con saldos de personas contusas e, inclusive, la pérdida de
un bebé en gestación en una jornada de furia y violencia. Las hinchadas de una
y otra facción en desenfrenada demostración de sus bajos instintos.
En los albores de la democracia, cuando las puertas del
Legislativo estaban abiertas a cualquier ciudadano a sola presentación de cédula
de identidad, era característico que durante las sesiones parlamentarias se
manifestaran las llamadas “barras colegisladoras” –grupos que seguramente
recibían algún tipo de honorario- que vitoreaban o rechiflaban las
intervenciones de los representantes según fuera el caso. Me viene a la memoria
la imagen de Walter Guevara Arce, luego de varias llamadas de atención a dichas
barras, instando a las fuerzas de seguridad del Congreso a retirarlas del
recinto. Debo decir que dichos hinchas palidecen ante las groserías con las que
se increpan entre sí los masistas. Uno esperaría que luego de dos décadas de
medrar del Estado algo de educación hubiesen adquirido. Pero no. Al contrario,
parecería que el poder ha exacerbado su tosquedad.
De seguir así, los susodichos acabarán ahogados en
porquería; cosa que sería el final que merecen por su olímpico desprecio a la
institucionalidad democrática, por su naturaleza violenta, por su manifiesta
ignorancia y por su absoluta impostura en nombre de los indígenas, a quienes
utilizan en virtud del pigmento cutáneo análogo.
Por mí, que se extingan a causa de pluricoprofagia.
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