La descarnada batalla por el poder, tanto el absoluto como
el partidario, dentro del régimen ha alcanzado niveles de sordidez y violencia
pocas veces visto; es como si de los silletazos, que ya son de avería se
hubiese pasado a los hechos de sangre. Potosí fue el foco de estos lamentables
sucesos. La disputa ya es a muerte, podría decirse.
Lo ocurrido la pasada semana durante una asamblea
estudiantil en la Universidad “Tomás Frías” no habrían pasado de ser una
tragedia de circunscrita al ámbito “académico” –acaso a la manera de lo
sucedido hace un año en la Universidad de El Alto- si no se hubiesen puesto en
evidencia los oscuros intereses de poder político que llevaron a tan triste
desenlace.
El domingo, en la localidad de Tinguipaya, tras la visita
del Vicepresidente, se desató una trifulca entre bandos contrarios que ocasionó
la muerte de dos comunarios y dejó varios otros heridos. Una notoria crispación
se está manifestando en casi todos los actos que involucran a miembros del
régimen y los resultados son vidas que se pierden.
¿Tienen relación/conexión estos y otros hechos similares,
aunque no tan violentos? En mi criterio, sí, aunque no directamente ni en el
mismo nivel de decisiones. Fíjese en que lo primero que hizo el MAS en ambos
casos fue tratar de desligarse de los mismos. En el primero, instó a “no
politizarlo” y en el segundo, atribuyó la reyerta a “conflictos de límites”
entre ayllus.
Los testimonios –la realidad, diríamos- contradicen las
coartadas del partido en función de gobierno e incluso van más allá de lo
observado inicialmente. El drama universitario destapó un esquema de poder de
insospechados alcances, al extremo de que puso en cuestión la pervivencia de la
autonomía, cuyas evidencias involucran a operadores del MAS en prolongada
permanencia como dirigentes, en función del control de los recursos y de un
poder transversal a todo el sistema de la universidad pública, aplicando, para
ello, acciones que rayan en lo delincuencial. En tanto que lo acontecido en
Tinguipaya, sin negar que hay un conflicto de límites latente, responde a la
guerra interna que se libra en el régimen por la candidatura en las próximas
elecciones generales. Porque si se tratase exclusivamente de diferencias
territoriales, el asunto puede ocurrir en cualquier momento. La presencia de
Choquehuanca, puso de manifiesto los fuertes resentimientos políticos entre
facciones del régimen.
Este estado de ánimo, de recíprocas animadversiones y animosidades
entre operadores del régimen se proyecta también en la administración
gubernamental; si bien no se ha llegado a los tiros, el ambiente está de miedo
y el caso de Monsieur Bobaryn –a quien
no le alcanza para ser personaje flaubertiano, pero se ganó algunos
editoriales- es emblemático.
Al exviceministro, de quien se dice que responde a la
corriente del Vice, le costó el puesto su posición crítica al cocalero Morales
Ayma y a sus valedores, a quienes reprochó su actitud pusilánime durante los
acontecimientos de noviembre de 2019 –renuncias, huida, asilo- mientras otros
bobarines se enfrentaban al gobierno constitucional de la señora Áñez.
Apuntando particularmente a Morales Ayma, había señalado que
éste “no es el MAS”, lo que colmó la paciencia del jefazo quien le torció el
brazo al Presidente y colocó a un viejo perro de caza en lugar del “traidor”, “vocero
de la derecha”, “malagradecido”, Monsieur
Bobaryn. El parlamentario Cuéllar y la dirigente de las “interculturales” están
resistiendo la arremetida del intolerante y de sus fieles quiltros, pero el
tono de las amenazas está subiendo en intensidad.
Todo ello con un telón de fondo de narcotráfico, corrupción,
violencia y decadencia.
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