Foto: Página Siete
Como una suerte de correlato de los silletazos que en cada
reunión del MAS suelen ser los verdaderos protagonistas de las mismas, una
sórdida disputa por el poder, el presente y el futuro, se ha desencadenado al
interior de las grandes ligas azules.
En épocas arcaicas, cuando Morales Ayma gozaba del poder
omnímodo, podía cohesionar a las corporaciones que sustentaban el llamado “instrumento
político”. Eran tiempos de abundancia en los que, a cada reclamo de alguna de
ella, el individuo respondía con regalos y canonjías con las que lograba
garantizar ciertas lealtades: inmuebles, vehículos, frondosas delegaciones al
exterior y la consabida parcelación del aparato estatal para recompensarlas por
su apoyo. Todo ello, por cierto, a cuenta del erario público.
Mientras la corrupción era minimizada (“¡qué son dos
millones de dólares!”), la crítica era castigada despiadadamente:
parlamentarios masistas como el Eduardo Maldonado o Rebeca Delgado sufrieron
una purga que los eliminó del ámbito público.
Aunque la correlación nominal de fuerzas parlamentarias es
más o menos similar a la de entonces y las corporaciones azules ratifican una
supuesta unidad en torno al “instrumento”, la situación actual es harto
distinta: no es que la oposición parlamentaria carezca de luces; simplemente
está atada de pies y manos por su propia (des)composición y por la anulación de
los dos tercios como requisito para la aprobación de ciertas normativas.
En tal escenario, la pugna por el control del gobierno y por
la candidatura en 2025 –sí señor, la campaña siempre está en la agenda del régimen-
hacen que la(s) verdadera(s) oposición(es) al MAS estén al interior del MAS.
Puede ocurrir que cuando surja, luego de varias contusiones físicas y políticas,
una corriente vencedora, las perdidosas se cuadren, al estilo militar, a ella. Pero
puede ser, también, que las heridas sean tan profundas que deriven en tres o
cuatro facciones irreconciliables que podrían reacomodarse electoralmente y
podríamos ser partícipes de una elección entre éstas. Aunque a partir de los
nuevos estatutos del MAS se trata de evitar el desmadre, puede darse un
desgaste por agotamiento. Salvando distancias (una cosa es lo local y otra lo
nacional), la emergencia, por fuera del MAS de la alcaldesa de El Alto es un
dato a tomar en cuenta (en la matriz ideológico-corporativa, Copa sigue siendo
masista).
Otra diferencia respecto a otras disputas internas dentro
del “instrumento”, es que hoy no hay un ala democrática –en términos de estado
de derecho, como la encarnaban los mencionados Maldonado y Delgado-. La trifulca,
y eso sería lo común en todas las corrientes intramasistas, es entre
autoritarios que quieren imponerse a otros autoritarios: Choquehuanca, cuyo
poder es más simbólico que real, pero que tiene predicamento en las corporaciones
campesinas, quiere “restituir” un improbable imperio “incaymara” cuya línea del
tiempo va en retro. Morales Ayma, dueño de la adinerada corporación cocalera
del trópico, insiste en su visión desarrollista a cualquier precio y al culto
hacia su personalidad. Arce es el juguete del destino que nunca asumió como
suyo el 55% (como máximo lo considera en consignación), pero, al menos
formalmente, es Presidente, aunque, en su afán de mostrar alguna fuerza propia
ha hecho guiños a algunas corporaciones como las “bartolinas”, pero algún
avisado le puso zancadilla al infiltrar a Achacollo en su acto de declaración
de amor.
Detrás de cada uno de estos personajes hay individuos
ambiciosos que juegan sus propios intereses y que, eventualmente, si llegaran a
acumular mayor poder, puedan habilitarse para jugar en la división mayor del “instrumento”
generando mayor división en el mismo. El factor generacional podría jugar a su
favor.
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