No se necesita ser un experto en algoritmos para darse cuenta de que el MAS –con sus cuitas, miserias y despropósitos- ha ocupado la (casi) totalidad del campo político. Una revisión a la información generada las últimas dos semanas desde su reducto, da fe de que la oposición –la política, la parlamentaria- fue deslazad a los márgenes del sistema.
Trátese de cortinas de humo o no, el caso es que ahora lo
que está en el centro del debate es la pugna interna dentro del “instrumento
político” por espacios de poder, por la titularidad del liderazgo, y,
finalmente, por la candidatura a la presidencia en las próximas elecciones.
Como lo afirmé en mi anterior entrega, esto puede acabar en abrazos –previa
purga de los “críticos”- o en al menos dos facciones, cuando no cuatro, y
correr cada una por su cuenta (siempre hay siglas dispuestas a ofrecerse) y
tener un escenario dominado por las corrientes masistas, relegando a una
oposición democrática a quedarse con migajas.
Pasó con el MNR y no tendría por qué no ocurrir en los
comicios del bicentenario de la república. Quienes aún tienen memoria de las
sucesivas elecciones que permitieron el retorno y consolidación de la
democracia, recordarán que cuatro o cinco candidaturas provenían de alas del partido
de la revolución nacional. Inclusive ADN y el MIR, con su entronque con el 52, respondía
a la matriz de emenerrista. Probablemente fueron los partidos Socialista 1 (de
relativamente escasos votos, pero de una influencia innegable), Demócrata
Cristiano (que tuvo buen desempeño en un par de oportunidades) los que
escapaban de la regla. Los partidos de la izquierda radical jugaban solo un rol
testimonial. Cambiando los actores y posiciones, ¿es éste el futuro que nos
espera?
Como no podía esperarse de otro modo, quien está en el
meollo de la cuestión el el señor Morales Ayma. Para muchos masistas, el sujeto
resulta ser más un lastre que una plataforma desde la cual lanzarse. Más aún
cuando, indirectamente por el momento, pero quién sabe si en poco tiempo lo sea
directamente, los recientes escándalos de narcotráfico, sumados a los
anteriores de cuando ejercía la presidencia, han salpicado notoriamente al
susodicho.
Curándose en salud, el Vice ha denominado “Jilliri Irpiri”
–algo así como el “Gran Timonel” que la propaganda china consagró a Mao- a don
Luis Arce, título con el que, anteriormente, un señor Gironda (y el eco de
García Linera) designó al cocalero. Es curioso, porque Choquehuanca también
instó a no ser llunk’u, pero, ¿no es ese gesto una muestra del más depurado
llunk’erio? Desde afuera, las cosas tampoco le sonrían a Morales Ayma: de gran
libertador de los pueblos indígenas –cosa que nunca fue, pero que vendió muy
bien al mundo- la percepción de su figura es la de un ser abyecto al que solo
le atrae el poder por el poder.
La prueba más palpable del mutis por el foro de la oposición
fue el ridículo que hizo en la sesión del Senado para el tratamiento de los
ascensos en las FFAA (a propósito, desde 2006 que se van saltando promociones;
a este paso, dentro de cuatro años, el comandante será un subteniente). No hay
atenuante para tal cosa; se supone que los opositores saben con quiénes están
tratando. En la oposición ciudadana, de clase media democrática, la situación
tampoco es muy auspiciosa: la arremetida persecutoria del régimen es feroz y
está consiguiendo desarticular toda forma de acción política democrática.
Donde les va bien a los representantes de la oposición es en
los medios de comunicación, cuando tienen a un masista al frente. Por lo general,
son los azules quienes quedan malparados. Pero eso no hace estado.