Foto: EFE
El sábado 10 de julio se van a cumplir 180 días, vale decir
seis meses, de aquel en el que el Presidente “invitaba” a la ciudadanía a
aguantar, mientras pueda, la embestida de la pandemia. Puede usted considerarme
como un obsesivo compulsivo por llevar una contabilidad de esta naturaleza,
pero no veo otra manera de registrar los hechos a partir de aquel gesto
presidencial.
En una anterior oportunidad describí el carácter del verbo
“aguantar” (“llevamos un mes de aguantar” https://www.paginasiete.bo/opinion/puka-reyesvilla/2021/2/12/llevamos-un-mes-de-aguantar-284152.html) y
transcurrido este tiempo, muchos ciudadanos de Bolivia, perecieron esperando
encontrar una esperanza para seguir entre los nuestros. Todos, más allá de que
algunos nombres fueran más conocidos que otros, gente de valía que dio batalla
hasta que la eternidad les abrió sus puertas.
Suele decirse que “mal de muchos, consuelo de tontos” y
estos meses se ha escuchado frecuentemente que estamos mejor que otros en la
contención de la calamidad. Puede ser así, pero esto no quita que hubo –y hay-
muchas deficiencias en la gestión sanitaria.
Hablo de la gestión como una política integral de salud en
todos los aspectos –directos e indirectos) concernientes al tema: información,
prevención, atención médica, infraestructura, tecnología, transparencia,
coordinación, seguimiento, etc.-
Lo que se ha visto es una serie de acciones “parche” que
han tenido cierto efecto, pero que nunca llegaron a concretarse en un verdadero
plan. Es decir que se ha invertido el sentido. Lo lógico es tener un plan que
contemple la posibilidad de contingencias en el camino.
A mi modo de ver, el “programa del aguante” tiene, hasta la
fecha, dos momentos: el del uso electoral de las vacunas por parte del régimen
de Morales Ayma –vía Arce Catacora- y el corriente, aparentemente mejor
coordinado, coincidente con la tercera ola, salpicado por episodios odiosos,
incertidumbre sobre el suministro de las segundas dosis y creencias absurdas
sobre los efectos de las vacunas –todo ello, transversalizado por la carencia
de unidades y de medicinas para el tratamiento de la enfermedad, cosa
aprovechada por especuladores que actúan a la sombra-.
Sobre el uso electoral –que, dicho sea de paso, no le
sirvió de nada al régimen de Morales Ayma; incluso puede decirse que le resultó
contraproducente- quedan las groseras expresiones (“las vacunas no son para la
oligarquía”, “no les tengan miedo a las estadísticas”) y la presencia del
Presidente en cada llegada de vacuna, por mínimas que fuesen las cantidades. De
algún modo, el tono ha bajado y al Presidente ya no se lo ve mucho en los
aeropuertos.
Los episodios odiosos a los que me refiero son, entre
otros: las vacunaciones VIP –en particular la de la hija de Morales Ayma, que
derivó en la destitución del director médico del centro en donde la señorita se
hizo vacunar. A ella no le sacaron ni le lengua-; las fiestas que infringieron
las restricciones –la del cumpleaños del comandante de las FFFA y la de la
CSUTCB, donde apareció una “ahijada” del presidente en plan de “no sabe usted
con quién se ha metido”-.
Respecto a la incertidumbre, luego de haber hablado hasta
de 15 millones de vacunas por gentileza de Putin, estos días se han tornado
poco prometedores para quienes recibieron la primera dosis de la Sputnik. Se
llegó a decir que la segunda, sería cubierta por otra. Por fortuna, una vez
más, la campana ha salvado al Gobierno y vienen, muy medidas, las dosis
estrictamente necesarias, además del millón de las que otorga el mecanismo
COVAX, gracias a gestiones iniciadas por el gobierno constitucional
transitorio.
En relación a las creencias absurdas, ¿qué se puede decir?
¿ignorancia? ¿falta de información? Del lado de la ciudadanía también hay necedad.
Nos encontramos en la desescalada de la tercera ola.
Seguiremos, mientras se pueda, aguantando la próxima.
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