Antes de entrar en materia, y para evitar interpretaciones
antojadizas, debo señalar que utilizo la expresión “a la carta” en su sentido
original, es decir, como elección del comensal sobre un plato que no figura en
el menú. O sea, con especificaciones de preparado, ingredientes e, inclusive,
cantidad.
Llevado a un extremo grosero, un torpe pero poderoso comelón
podría ordenar una sajta de pollo indicando estos ingredientes: atún, lentejas,
miel de abejas, jengibre, coco rallado, yuca frita, queso rallado y maicena;
todo preparado al horno y en generosa cantidad para convidar el platazo a sus
colaboradores quienes deberán contarle al mundo la exquisita “sajta de pollo”,
sin pollo, sin tunta, sin zarza, sin ají.
El punto es que, si el chefazo dice que es una sajta, pues
es una sajta. Y quien lo contradiga caerá, irremediablemente, en desgracia. No
solo tendrán que insistir en que el incomible menjunje es una sajta, sino que
deberán hacerlo con tal convicción que algunos, aun sin probarlo, crean que es
una sajta.
Desde afuera, por cierto, hay quienes ven con estupor cómo
hay gente capaz de tragarse semejante bodrio. Sin embargo, el chefazo, en lugar
de dejar de hacer el papelón que está haciendo (que, además, provoca
desarreglos estomacales a todos los que consumen su invento) le va agregando
más y más elementos, ya no solo comestibles: tuercas, huatos para zapato, caca…
Se dice, no sin perversidad, que hay dos narrativas en
juego: la del fraude y la del golpe. No hay tal. Se trata simplemente de una
patraña construida a la manera de la sajta el chefazo frente a los hechos de
dominio público que dieron lugar a la huida de éste y al establecimiento de un
gobierno transitorio constitucional que garantizó la continuidad democrática en
Bolivia.
Para no ir más lejos, los hechos, por enésima vez, fueron:
Referéndum para la modificación de los términos de reelección, de limitada por
la propia Constitución elaborada por la mayoría oficialista en la Asamblea
Constituyente, a ilimitada (indefinida), convocada –esto es importante- por el
propio régimen del chefazo; triunfo del NO; desconocimiento tácito del resultado
por parte del régimen de Morales Ayma; habilitación a reelección indefinida del
éste, parte del Tribunal Constitucional con el peregrino argumento de que se
trata de un derecho humano; fraude electoral –paralización del sistema de
conteo rápido cuando la tendencia mostraba la tendencia a la segunda vuelta;
reposición del sistema TRE con la tendencia contraria (triunfo del chefazo en
primera); indignación ciudadana; solicitud del propio Morales Ayma a la OEA
para una auditoría vinculante; auditoría que certifica serias irregularidades
(Almagro las califica de inobjetable fraude); reacción ciudadana en cadena
(burlonamente, el chefazo “bautiza” a los manifestantes como “pititas”; éstos
se apropian del nombre a favor suyo); resistencia durante 21 días; La COB, la
cúpula militar y la Defensora del Pueblo sugieren (piden, en realidad) la
renuncia de Morales Ayma; el hombre, su segundo y algunos de sus ministros
renuncian; a tiempo de huir del país, Morales deja instrucciones para que los
presidentes de las cámaras legislativas y quienes les siguen en la línea de
sucesión, renuncien a objeto de producir un vacío de poder que lleve al país al
caos; se instala una mesa de pacificación que da solución constitucional a la sucesión
–no se intervienen el poder Legislativo ni otros; desde afuera, Morales Ayma
ordena dejar sin alimento a las
ciudades; el Gobierno transitorio convoca a elecciones, postergadas en dos oportunidades
debido a la pandemia.
Esos son los hechos, lo demás es un “golpe a la carta”, una
indigesta sajta de pollo al estilo chefazo.
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