miércoles, 23 de septiembre de 2020

Del voto por defecto al voto responsable


 


Entretenidos como estamos comentando sobre la intención de voto que las distintas –van cuatro- encuestas otorgan a los candidatos que lideran la preferencia ciudadana, no le hemos prestado demasiada atención a datos menos espectaculares. Uno de ellos es el del 85% de ciudadanos que manifiestan su intención de acudir a emitir su respectivo sufragio el 18 de octubre.

La cifra es significativa por varias razones. En lo cuantitativo, aleja definitivamente al fantasma de la abstención; en lo comparativo, se mantiene en los márgenes históricos de alta participación –si bien es obligatoria, las condiciones particulares de esta votación, daban como para vaticinar un ausentismo con ciudadanos incluso dispuestos a pagar la multa correspondiente-; en lo cualitativo, un ejemplar acto de responsabilidad ciudadana.

Sin afán de inducir al votante en su decisión, considero que al momento de la emisión del voto se debe actuar con la misma responsabilidad, dado que los actores políticos le han dejado en sus manos tal misión.

No obstante haber una tendencia a considerar al actual proceso electoral como completamente distinto al llevado a cabo hace aproximadamente un año, pienso que no habría que ser tan tajante al respecto y, más bien, tomarlo como un correlato con ciertas modificaciones.

Estos son mis argumentos en favor de la “continuación” del 2019: El adversario a derrotar ha cambiado de rostro, pero esencialmente es el mismo –lo que queda de un régimen que sumió a Bolivia en el terror, la corrupción y el culto a la personalidad de quien sigue en carrera a través de su delfín y que, con seguridad, ejercerá el poder detrás del trono en caso de que, para desgracia del país, se le brinde la oportunidad de tomar el gobierno-. El amplio rechazo, tomado en conjunto, que genera la tienda azulada, permanece intacto, como intacto se mantiene el anhelo de la gente que no está alineada al MAS de fortalecer la democracia.

En cuanto a lo diferente, se puede mencionar que no hay opción para el fraude, que la revolución de noviembre catapultó nacientes liderazgos, que se reinstalará el debate, que luego de varias postergaciones finalmente se llegó a la fecha definitiva, que el parlamento de mayoría masista actuó como gobierno paralelo…

Pero la estructura dispersa del voto permanece incólume y si esta vez no se vota con responsabilidad podría darse la figura de un gobierno elegido con al menos 65% de la población en contra. Ha sucedido antes, pero con acuerdos parlamentarios se “construyó” mayoría. Hoy esto es, al menos, improbable. ¿Podemos darnos ese lujo en una circunstancia como la presente? Vaya usted pensando en los efectos e implicaciones de algo así.

 

Antes de las elecciones del fraude, aludí a una suerte de “voto por defecto” (tengo resistencia a usar el término “útil”) que cumplió su cometido y fue un factor decisivo al momento de poner en evidencia el fraude. Como correlato del mismo, ahora aludo al “voto responsable”. Esto, independientemente de que su receptor sea el mismo (su consistente segundo lugar en las cuatro encuestas referidas algo nos tiene que decir). Es también lo que correspondería hacer si quien ocupara ese lugar fuera otro.

Una señal en ese sentido ha sido el acto de renuncia, absolutamente responsable, de una agrupación, de dejar la vía libre para que esto sea posible. Resulta inevitable cerrar estas líneas recordando a Weber, quien nos habla sobre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad. Es el momento de la última de éstas. Apliquémosla en consecuencia.

miércoles, 9 de septiembre de 2020

Una nueva era

 




Cuando el TSE inhabilitó al señor Morales Ayma en su intento de postular a la primera senaturía por el departamento de Cochabamba –lo hizo “en paquete”, junto a otros casos análogos”- parecía haberse cerrado un capítulo ignominioso de la historia de Bolivia. Pero, mientras la ciudadanía celebraba el fallo, el personaje, seguro de contar con la lealtad de los jueces promovidos por él mismo durante su ingrata gestión, quiso forzar, ante instancias judiciales, una determinación que, negando la competencia del TSE para obrar en materia electoral, lo pusiera nuevamente en carrera.

¡Tremendo chasco se habrá llevado el sujeto cuando la sala constitucional de La Paz, ratificó su inhabilitación! Tuvo que intervenir un dirimidor para romper el empate que se había dado previamente cuando dos jueces emitieron criterios distintos sobre el caso.

Con el entusiasmo popular que surge en ocasiones como la mencionada, se escuchan frases altisonantes como “por fin la justicia está bien”. Hay que tener cuidado con tales efusiones; lo que ha sucedido es que la vergüenza llevó a dos de los jueces a desestimar el tan insostenible amparo. Por lo demás, la justicia impuesta por el régimen de Morales Ayma permanece intacta y seguirá actuando en otros casos, aunque el tratado en estas líneas haya sido el más sonado.

Tampoco me parecieron muy atinadas las palabras de la presidenta-candidata –“lo hemos hecho con la ley en la mano; sin violencia”-. Hasta ahí podría entenderse que, como sociedad, vamos por buen camino, el del estado de derecho; pero cuando agrega que “somos los únicos que podemos evitar que Evo Morales quede impune” se está extralimitando en dos sentidos: primero, estaría dando a entender que el Ejecutivo se entrometió, de alguna manera (malpensados, a su juego los llamaron), en un asunto de otro poder y, segundo, incurrió en descarado acto electoralista.

Yendo al fondo mismo del tema, ¿por qué sostengo que el país está en puertas del ingreso a una nueva era? En primer lugar, por el aspecto simbólico: luego de 23 años de estar en presente en la vida política activa, de los cuales 14 en la cima del poder omnímodo, el susodicho verá pasar, por lo menos los próximos 4, desde su refugio en tierras lejanas. Y si su situación se complica –están en curso varios procesos en su contra, siendo el caso “estupro” uno de los más delicados- y no regresa para residir en Bolivia dos años antes de la subsiguiente elección, prácticamente estaría poniendo fin a su carrera política y a su influencia personal.

En segundo lugar, el realmente significativo, está el hecho de que no ha surtido efecto la treta que venía junto a la (im)posible habilitación: como mi propia persona y varios otros ciudadanos lo habíamos hecho notar, el verdadero propósito del “evismo” era el de hacer al jefazo, una vez electo como senador, presidente de la Cámara y propiciar una sucesión constitucional que lo reponga como Presidente, sea quien fuere el elegido en las urnas, incluida la posibilidad de que fuera su delfín (¡de la que se libró Arce Catacora si acaso, cosa improbable en segunda vuelta, lo lograra!). Otra cosa no le interesaba. Podía, por ejemplo, haberse postulado a una diputación supranacional ¡pero eso no lo lleva la Presidencia!

Por las razones expuestas, Bolivia debe celebrar el haberse desembarazado del último dictador que, arropado por la democracia, osó querer reproducirse eternamente en el poder recurriendo a todo tipo de artimañas para conseguirlo… hasta que la ciudadanía no se lo permitió más y el hombre tomó las de Villadiego para intentar, desde allá, burlarse nuevamente de Bolivia. Fracasó estrepitosamente.