Los llamados “vuelos de la muerte” fueron
una práctica corriente en Argentina durante la dictadura de Jorge Rafael
Videla. Cientos de ciudadanos tenidos por “comunistas” por el solo hecho de ser
contestatarios al régimen de entonces (1976-1981 y su continuación hasta 1983).
Como sucede con este tipo de controles políticos, una denuncia anónima era
suficiente para que las fuerzas de Seguridad aprehendiesen a los sospechados de
subversivos y para que algunos, selectivamente, corriesen la suerte de acabar
desaparecidos.
Un familiar que padeció las represalias,
por la pura circunstancia de estar en el lugar y momento equivocados, vivió
para contar que apilaban indistintamente a hombres y mujeres en el mismo
ambiente con los ojos vendados y la boca amordazada, de modo que solo se valían
del contacto directo con sus manos para establecer cierta comunicación.
Quienes no tuvieron la fortuna de este
pariente, eran despojados de sus ropajes, cargados en aviones y lanzados al mar
para, una vez muertos y devorados, darlos por “desaparecidos”. Las mujeres que
sufrieron esta cruel manera de acabar con su vida era, además, vejadas
sexualmente antes de ser arrojadas al océano.
Durante uno días, Bolivia tuvo la (in)grata
visita de un grupo de aventureros que, en plan de activistas de derechos
humanos, cuya estrambótica versión de la situación local luego del abandono de
su cargo que hiciera el expresidente Morales es una suerte de adaptación de lo
sucedido en el país del cual provienen a los hechos que acontecieron en el
nuestro. ¡Con la diferencia de que en Argentina sucedieron realmente!
Es probable que la patota que nos vino a
observar, liderada por un porteño megalómano, no se haya podido reponer del
trauma de la dictadura militar que, entre otras cosas (Galtieri, 1982) mandó al
sacrificio a una generación de jóvenes a las Malvinas (Falkland, para los
británicos). Eso parece hablar de procesos no resueltos en el vecino austral
que pretenden ser redimidos por estos sujetos en cruzando su frontera al norte.
Es evidente que el grupículo, piratas sus
propios integrantes, vino con el propósito de fraguar historias de piratas para
luego difundirlas por la región. Y para ello, cuenta con medios –tanto
financieros como de prensa-. Los primeros se develaron en su ostentoso modo de
vida que lucieron a su paso –¡claro que para el espectáculo mediático había que
aparentar un estilo popular!- Sobre los segundos, un puñado de páginas
orgánicas del “socialismo del siglo XXI”, replicaron sin pudor alguno las alucinaciones
de sus amigotes.
Donde fracasaron estrepitosamente fue en
los medios responsables y en la opinión pública que, coincidentemente, las
pulverizaron. Es que semejantes groserías no resisten un mínimo análisis.
Ya a su arribo al aeropuerto de Santa Cruz
–tramoya incluida- la delegación pirata anunciaba su dudosa “misión”: desvelar
el exterminio de “hermanos indígenas” que, según su guión, se está produciendo
en Bolivia, y denunciar el “golpe de Estado” y las violaciones a los derechos
humanos con testimonios de los mutilados.
Después de eso, era obvio que se informaría
algo igualmente desopilante, pero nadie imaginó que fuera tan fantasioso:
“policías violando mujeres muertas” y “personas siendo arrojadas al vacío desde
helicópteros”.
En buenas cuentas, el paso de esta
muchachada trajo una dosis de morbo ideológico cuya acción resultó
contraproducente para sus supuestos fines, dadas las patéticas historias, mal
adaptadas de su propio pasado, que se le ocurrió contar. Se cae, por enésima
vez, la intención de deslegitimar la retoma del rumbo democrático en Bolivia.
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