Con diferencia de dos meses aproximadamente
irrumpieron en la pantalla grande local dos filmes situados en las antípodas de
enfoque uno respecto del otro.
Esta, quiero pensarla casual, sincronía –no motivada
por dar respuesta a uno de aquellos- hace inevitable relacionar ambos productos
audiovisuales. En cualquier caso, su publicación habla del punto de inflexión
ideológico-político en el que nos encontramos.
Pero, salvo su exhibición casi simultánea, a
las mentadas películas las separa un mundo de diferencias, mismas que paso a detallar
en lo que el espacio permita.
“El robo” gozó de una inusual promoción para
crear expectativa sobre su temática, encargada al ejército digital del régimen
que lo catalogaba como “documental” sobre la privatización; sobre tal etiqueta,
lo que en realidad se monta es un panfleto propagandístico que reúne todos los
vicios del engendro: maniqueísmo, prescindencia del contexto interno en el que
se desarrollaron ciertos procesos, tendenciosidad, cuando no desprolijidad a la
hora de mencionar datos –Rafael Archondo hizo un listado de ocho
“imprecisiones”, por llamarlas menos, a este largo spot electoral-.
El propio hecho de recurrir a “testimonios” de
figuras en ejercicio de cargos públicos es un indicador del poco interés de los
productores de realizar un documental en forma. Lo que refuerza la hipótesis de
que este panfleto se hizo bajo el supuesto de que el señor Doria Medina habría
de participar en las elecciones del presente año. Eso sí, “El robo” supera con
creces al curioso intento del señor Jaime Iturri, en plan de productor, en el corto
para televisión sobre doña “Caraconocida”, hecho también para meter al
empresario-político en el escándalo, propósito fallido, por cierto. La
estratégica retirada de escena del líder de UN desestructura el propósito de
tales producciones y las condena a ser una costosa aventura “pluri”.
A propósito, “El robo” ficticio del filme fue
superado por el auténtico robo –consentido- de 112.000 $us otorgados para la
realización de la peli a la empresa mexicana “casera” del régimen, “Neurona”,
que en total de contrataciones directas embolsó la friolera de 12.500.000 Bs
(1.800.000 $us).
“Izquierda XXI ¿?”, en cambio, se lanzó con una
muy discreta, casi inadvertida, campaña, esperando que el público se entere
“boca a boca” de su exhibición en las ciudades donde está en cartelera; evita
el maniqueísmo dando crédito, a través de los entrevistados –ninguno en
ejercicio de la política partidaria- a ciertos logros sociales de los gobiernos
del llamado “Socialismo del siglo XXI”. Recupera buena parte de la memoria
histórica por la conquista de la democracia, ofrece una mirada (auto)crítica a
procesos pasados, en todo momento adecuadamente contextualizados; evita el
tufillo a contrapropaganda, brinda una perspectiva más amplia de escenarios a
configurarse.
Una frase que se escucha recurrentemente –unas
seis veces, a lo largo del filme- en boca de distintos entrevistados, es “caldo
de cultivo” para describir las condiciones creadas para la irrupción del
populismo (con la buena fortuna de coincidir con el ciclo de alta para las
materias primas, condición, al parecer, propicia para su supervivencia). En la
sucesión de los ciclos, cabe mencionar que otro “caldo de cultivo” está dando
lugar a otro giro de la historia.
Pero, lo que más me ha llamado a hacer esta
comparación es el hecho de que “El robo” es un producto de realizadores
mexicanos para consumo local, sin mayor perspectiva de apertura, mientras que
“Izquierda XXI ¿?” –el título, la gran debilidad del film- es un producto de
realizadores bolivianos con alcance, al menos, continental.
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