miércoles, 24 de octubre de 2018

Pasar del hualaycherío a la sobriedad


Lo del régimen no solamente es hualaycherío; es hualaycherío perverso, posible oxímoron aplicable a la caracterización de sus actos y sus delirios, encarnados fundamentalmente en dos personajes y replicados en “cascada” por el resto de su composición.

Si bien tengo clara la figura del hualaycho, ya sentado ante las teclas me doy a la tarea de compulsarla para mayor precisión y me encuentro con un artículo de Alejandro Mallea (El Diario, abril 4 de 2015) en el mismo sentido, lo que me hace sentir bien puesto que no soy el único que lo cree así. Lo de “perverso” es mi humilde aporte al asunto.

El citado columnista menciona que se trata de quien muestra picardía e irresponsabilidad, con o sin malicia, para cometer fechorías y hostigar a quien le conviene en su cotidiano vivir”. Seguidamente atribuye tal comportamiento a nuestros gobernantes, brindando una serie de ejemplos que sustentan dicha caracterización –comenzando por el cambio de denominativo (de República a “Estado Plurinacional”) a Bolivia hasta la “dotación” de 1.200 toneladas de coca para el rally Dakar.

Lo cierto es que el hualaycherío ha sido el signo de identidad de este régimen desde que llegó al poder, hace ya casi trece años, sin que haya día que se hubiese apiadado de una ciudadanía harta de esa actitud sólo entendible por la desfachatez de quienes se benefician de los (todavía) importantes recursos que ingresan al país por concepto exportación de hidrocarburos y minerales en función de cotizaciones relativamente altas, aunque ya no espectaculares como hace unos años.

Si solo fuera así hasta se lo podría considerar gracioso; pero en combinación con la perversidad manifiesta en persecución, corruptela generalizada, irrespeto a la voluntad de la población, desprecio por la institucionalidad, manejo mafioso de la justicia, protección al negocio del Chapare, destrucción de áreas protegidas, galopante endeudamiento, sometimiento a China, adoctrinamiento a escolares y un largo etcétera, el escenario es de miedo.

Una curiosa mezcla de Abdala Bucaram, a quien sus monerías le costaron ser destituido, y Stalin, a quien se le atribuye la autoría intelectual para el asesinato de más de un millón de sus conciudadanos en las llamadas “purgas”, parece retratar de cuerpo entero al régimen.

Parece, incluso, una sofisticada técnica para desviar la atención de aquellos hechos inconfesables: como saben que sus dislates, sus disparates y sus pintoresquismos son titulares de prensa, se esmeran en manifestarlos. Así, todas sus fechorías se relativizan. La anécdota se impone; los malhechores, satisfechos, celebran la estrategia envolvente.

Quizá la contundente derrota/humillación sufrida por Bolivia en la Corte Internacional de Justicia que priva definitivamente de acceso (soberano, como reclamaba la demanda) al mar tenga algo que ver con la falta de sobriedad mostrada a lo largo del proceso. Con un Morales Ayma asegurando que hasta fin de este año (2018), el país accedería a la costa (con soberanía, insistimos), promoviendo ridículos espectáculos como el “banderazo”, adelantando la sentencia de la CIJ en los medios que controla, nombrando “mártires” a vulgares contrabandistas y haciendo declaraciones inapropiadas que, en lugar de contribuir a un ambiente de serena espera, crispaban el ambiente innecesariamente, se creó un efecto contraproducente, hábilmente aprovechado por el demandado.

Con el rechazo a la permanencia indefinida del caudillo masista en el poder, es muy probable que la población estuviera enviando el mensaje de pasar del haulaycherío perverso a la sobriedad en el manejo del Estado.

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