Lo
del régimen no solamente es hualaycherío; es hualaycherío perverso, posible
oxímoron aplicable a la caracterización de sus actos y sus delirios, encarnados
fundamentalmente en dos personajes y replicados en “cascada” por el resto de su
composición.
Si
bien tengo clara la figura del hualaycho, ya sentado ante las teclas me doy a
la tarea de compulsarla para mayor precisión y me encuentro con un artículo de
Alejandro Mallea (El Diario, abril 4 de 2015) en el mismo sentido, lo que me
hace sentir bien puesto que no soy el único que lo cree así. Lo de “perverso”
es mi humilde aporte al asunto.
El
citado columnista menciona que se trata de quien “muestra
picardía e irresponsabilidad, con o sin malicia, para cometer fechorías y
hostigar a quien le conviene en su cotidiano vivir”. Seguidamente atribuye tal
comportamiento a nuestros gobernantes, brindando una serie de ejemplos que
sustentan dicha caracterización –comenzando por el cambio de denominativo (de
República a “Estado Plurinacional”) a Bolivia hasta la “dotación” de 1.200
toneladas de coca para el rally Dakar.
Lo cierto es que el hualaycherío ha sido el signo de
identidad de este régimen desde que llegó al poder, hace ya casi trece años,
sin que haya día que se hubiese apiadado de una ciudadanía harta de esa actitud
sólo entendible por la desfachatez de quienes se benefician de los (todavía)
importantes recursos que ingresan al país por concepto exportación de
hidrocarburos y minerales en función de cotizaciones relativamente altas,
aunque ya no espectaculares como hace unos años.
Si solo fuera así hasta se lo podría considerar gracioso;
pero en combinación con la perversidad manifiesta en persecución, corruptela
generalizada, irrespeto a la voluntad de la población, desprecio por la
institucionalidad, manejo mafioso de la justicia, protección al negocio del Chapare,
destrucción de áreas protegidas, galopante endeudamiento, sometimiento a China,
adoctrinamiento a escolares y un largo etcétera, el escenario es de miedo.
Una curiosa mezcla de Abdala Bucaram, a quien sus monerías le
costaron ser destituido, y Stalin, a quien se le atribuye la autoría
intelectual para el asesinato de más de un millón de sus conciudadanos en las
llamadas “purgas”, parece retratar de cuerpo entero al régimen.
Parece, incluso, una sofisticada técnica para desviar la
atención de aquellos hechos inconfesables: como saben que sus dislates, sus
disparates y sus pintoresquismos son titulares de prensa, se esmeran en
manifestarlos. Así, todas sus fechorías se relativizan. La anécdota se impone;
los malhechores, satisfechos, celebran la estrategia envolvente.
Quizá la contundente derrota/humillación sufrida por Bolivia
en la Corte Internacional de Justicia que priva definitivamente de acceso
(soberano, como reclamaba la demanda) al mar tenga algo que ver con la falta de
sobriedad mostrada a lo largo del proceso. Con un Morales Ayma asegurando que
hasta fin de este año (2018), el país accedería a la costa (con soberanía,
insistimos), promoviendo ridículos espectáculos como el “banderazo”,
adelantando la sentencia de la CIJ en los medios que controla, nombrando
“mártires” a vulgares contrabandistas y haciendo declaraciones inapropiadas
que, en lugar de contribuir a un ambiente de serena espera, crispaban el
ambiente innecesariamente, se creó un efecto contraproducente, hábilmente
aprovechado por el demandado.
Con el rechazo a la permanencia indefinida del caudillo
masista en el poder, es muy probable que la población estuviera enviando el
mensaje de pasar del haulaycherío perverso a la sobriedad en el manejo del
Estado.
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