Lo digo también por la vergüenza ajena que
produce el lamentable espectáculo que está brindando el Órgano Electoral a la
comunidad; como ciudadano de esta noble tierra, me siento absolutamente
abochornado de ver cómo la entidad que debería velar celosamente por el respeto
al voto popular, se entrega, sin oponer resistencia alguna, a los designios del
poder político en impúdica demostración de sometimiento al mismo.
Dialogando con algunos estudiantes –sub 19,
para mayor referencia- me hacían notar que, como no tienen elementos de
comparación, tienden a pensar que esto siempre fue así de grosero.
Con algo de modestia, les replico que, en razón
de mi larga experiencia, he vivido dos grandes logros que espero que ellos
también puedan llegar a disfrutar: la clasificación, por mérito propio, de
nuestra selección de fútbol a un Mundial, y el funcionamiento, durante un
tiempo relativamente corto, de una Corte Nacional Electoral que se ganó el
respeto, la confianza y la admiración de la ciudadanía por su credibilidad.
Ejemplo de institucionalidad, desde la presidencia de Huáscar Cajías Kauffmann
hasta la de Salvador Romero Ballivián, la CNE supo hacer prevalecer su
condición de máxima autoridad en materia electoral.
Un detalle no menor, es que aquel tribunal no
tenía, como lo tiene el actual, el estatus de poder de Estado y, sin embargo,
mantuvo una independencia a toda prueba.
No hay estado de derecho; lo que tenemos es un
Estado corporativo que para sostener las apariencias se disfraza de
democrático. “De qué dictadura hablan; aquí hacemos elecciones”, reclama a
quienes anhelan democracia para Bolivia. Lo mismo dice el régimen cubano de su
sistema de “elección” y, aunque no fuera una copia de éste, al régimen masista
le basta tener al árbitro electoral bajo su control, como una pieza de su
corporación.
Uniendo piezas sobre la base de la información
disponible hasta la fecha –¡de qué otras tropelías nos iremos a enterar más
tarde!- sospechamos que todo lo sucedido respecto a la Ley de Organizaciones
Políticas, luego de su presentación como proyecto al parlamento, fue una
lamentable comedia que obedeció a un guión acordado (¿en la residencia
presidencial?).
Es risible el tono con el que el TSE salió a “desmentir”
la “posmentira” del Sr. Morales Ayma. Patética muestra del temor reverencial
que los (e)vocales electorales profesan por su jefe. Una revelación de tal
magnitud (e-l-o-r-g-a-n-i-s-m-o-e-l-e-c-t-o-r-a-l-r-e-u-n-i-é-n-d-o-s-e-e-n-t-r-e-g-a-l-l-o-s-y-m-e-d-i-a-n-o-c-h-e-c-o-n-e-l-P-r-e-s-i-d-e-n-t-e-e-n-l-a-r-e-s-i-d-e-n-c-i-a-d-e-é-s-t-e-e-n-l-a-q-u-e-e-l-T-S-E-l-e-h-a-b-r-í-a-s-u-g-e-r-i-d-o-a-d-e-l-a-n-t-a-r-l-a-s-p-r-i-m-a-r-i-a-s)
merecía una firme solicitud de una satisfacción pública de parte de este
individuo hacia el poder electoral (que admitió tal reunión clandestina). Con
su triste reacción, el OEP –como también se hace llamar- ratifica su
desgraciado sometimiento al poder
político. Parece, incluso, que le gustara.
¿Hay alguna manera en la que el TSE pudiera
redimirse de este su vergonzoso comportamiento y así dejar de hundirse en el
fango de la ignominia?
En mi criterio, hay dos modos: uno
institucional (óptimo) y uno individual (valorable). El primero consiste en
hacer valer su condición de poder del Estado y único juez en materia electoral
y hacer respetar el resultado vinculante de referéndum del 21 de febrero de
2016 impidiendo cualquier intento –primarias incluidas- de candidatura
presidencial al señor Morales Ayma, y el segundo, en caso de no darse este
paso, en renunciar -en conciencia y señalando a los operadores del MAS en la
entidad-.
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