En un Estado de Derecho, vale decir, para el caso, aquel
en el cual la justicia es independiente del poder político, las sanciones
contra éste se administran por la vía jurídica. Pero cuando el poder judicial
es controlado por aquel, y la sociedad se siente inerme ante la impunidad con
la que regodean los operadores de un régimen corporativizado en función de
evitar ser juzgado por conducto regular, surge el fenómeno denominado “sanción
social” que, sin poseer fuerza punitiva, sí tiene carácter testimonial y poder
moral.
La ciudadanía, para llegar a esa manera de expresar su
repudio por las acciones cometidas por los poderosos de la política de turno,
debe haber agotado las instancias jurídicas formales en su afán de hacer valer sus
derechos.
Pero ante la oclusión de tales vías por parte del Estado,
la gente recurre a formas más expeditas de manifestarlo. Surge así, ahora sin
entrecomillado, la sanción social, como ha nacido por estos días con hechos que
han dejado desconcertados a quienes han sido objeto de la misma: el Presidente,
el Vicepresidente y el Defensor del Pueblo. Autoridades de menor visibilidad
han sentido también, en carne propia, la repulsa a sus personas proveniente de
la sociedad.
El fenómeno, que tiende a crecer, se ha presentado
tardíamente en nuestro medio dada la extrema tolerancia con la que la
ciudadanía soporta toda clase de abusos ejercidos desde el poder. La gota que
colmó su paciencia fue la trastada del régimen contra la voluntad popular
expresada el 21 de febrero de 2016 que puso coto a la ambición del régimen de
perpetuarse en el poder. Aduciendo un supuesto derecho humano, los jerarcas del
régimen desoyen al soberano con la venia de un Tribunal Constitucional sumiso a
sus designios.
El primer gran gesto de sanción social ocurrió durante la
inauguración de los administrativamente, más no deportivamente, cuestionados
Juegos Odesur, con lo que pasó a conocerse como el “Caprilazo” (por haber
ocurrido en el estadio Capriles). La silbatina generalizada cohibió a Morales
Ayma de emitir el discurso inaugural, optando éste por una humillante escapada.
El Doctor García no la está pasando mejor. No hay lugar
en el país en el que un estudiante no le interrumpa el discurso o lo incomode
con preguntas inteligentes. El “Bolivia dijo No” lo persigue doquiera se
encuentre. En un arranque de desconcierto ha confesado que la situación le “da
rabia”, lo que no puede ser sino una buena noticia para los demócratas del
país; si bien, por lo pronto, personajes como el susodicho no irán a parar a
prisión, por lo menos sienten el repudio de la ciudadanía: de eso se trata la
aplicación de la sanción social.
Sin embargo, ha sido el remedo de defensor del pueblo que
tenemos –el rastrero más grotesco de la política local- quien ha recibido la
más directa sanción social en el reciente periodo. Lejos de ayudarlo, la
bochornosa reacción de su esposa lo ha puesto en una situación aún más
incómoda.
Intentando zafarse del ridículo, este operador del
régimen ha salido con que los derechistas le tienen envidia por ser marxista.
Si alguien me ayudase a desentrañar tan lúcido concepto se lo agradeceré de
corazón; realmente me supera.
Ahora bien, estas acciones ciudadanas se darán de manera
cada vez más espontánea y se multiplicarán en tanto el régimen persista en
desconocer el resultado del 21F.
El tiempo de la sanción social ha llegado. Que los
operadores del régimen vayan entendiendo que no podrán salir a la calle sin
recibir un gesto de repudio mientras continúen irrespetando al soberano. Bolivia
dijo NO.