miércoles, 7 de junio de 2017

El (in)discreto encanto de la "borguesía"



No siempre ocurre, pero lo hizo tras la publicación de mi anterior columna, “En la Bolivia de ‘Borgues’”. Recibí una apreciable cantidad de mensajes y llamadas, además de comentarios de personas que me abordaban espontáneamente en las calles, todos ellos expresando elogios hacia la misma, cosa que, por supuesto, agradezco pero, sin embargo, no alcanzo a detectar qué diferenció a dicho texto del resto de los que escribo –“quizás el tono poco solemne del mismo”, me digo-.


Comoquiera que fuese, y aunque no suelo hacer “segundas partes” de mis artículos, decidí darle una vuelta de tuerca adicional al tema sin esperar una tan singular acogida como la que tuvo la primera.


Resulta, entonces, que una derivación lógica de la Bolivia de Borgues sea su correlato en términos materiales, es decir en la relativamente reciente prosperidad personal y de grupo que ostenta la nomenclatura del poder y su reproducción –algo más modesta- entre los amigos del régimen.


Así como de la fusión entre “bolivariano” y “burguesía” en Venezuela se acuñó el concepto “boliburguesía”, que hace referencia al vivir bien de los jerarcas de la revolución del “socialismo del siglo XXI” y de sus amigotes –empresarios, aventureros y toda suerte de mafiosos de cuello blanco-: lujo oriental, Hummers, yates, whisky etiqueta azul, viajes de compras a Miami y todo un catálogo de excentricidades más propias de un magnate del boxeo como Don King que de un dizque revolucionario de izquierda, parece lógico llamar “borguesía (plurinacional)” a la derivada del personaje inventado por uno de los propios miembros de tan selecto grupo, vale decir de “Borgues”, el cronista de hormonas amazónicas.


Si de identificar al sumun de la boliburguesía se trata, me inclino por señalar a las hijas de Hugo Chávez Frías, el finado dictador, quienes no tienen reparo en exhibir groseramente lo frívola opulencia financiada con la fortuna heredada del occiso. ¿Va la hija de Morales Ayma por ese camino?


Por lo pronto, la borguesía plurinacional tiene a Gabriela Zapata como su máxima exponente. Aún caída en desgracia conserva los tics de su raudo ascenso a las cimas del régimen: más falsa que billete de treinta dólares, arribista, ostentosa, inculta, manipuladora, ricachona; masista de éxito, en suma. Menos espectaculares, otras caras, entre conocidas y no tanto, han engrosado sus patrimonios y “refinado” sus gustos, particularmente algunos funcionarios que, como bien los describe María Galindo, han dejado a sus esposas/compañeras –aquellas que los acompañaron en sus tiempos de miseria- por chotas más blancas/retocadas.


Ello nos habla de un hecho innegable: en países como el nuestro, la manera más expedita de forzar la movilidad social es a través de la toma del poder y la disposición de los recursos estatales en favor del grupo –luego devenido en oligarquía-. Primero discretamente, y más tarde obscenamente, los neorricos exhiben sus trofeos: desde el emblemático reloj suizo hasta la petit mansión –comprada a algún burgués de capa caída- en zona exclusiva de la ciudad.


Conozco el caso, por testimonio fehaciente, de un connotado operador del régimen que está, literalmente, enfermo por ser el primero en tener el último modelo de dispositivo inteligente tan pronto como éste sale al mercado –y ninguno es marca “Quipus”; no señor, esa marca no da estatus-.


No hay que negar que la borguesía plurinacional aplica, en sumo grado, eso del “vivir bien”. Predica con el ejemplo, sin duda

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