miércoles, 1 de febrero de 2017

Una pausa electoral



Solía decir mi padre, sin afán despectivo alguno, esta frase: “Un llokalla, buen llokalla; dos llokallas, regular llokalla; tres llokallas, ya no hay llokalla”. “Llokalla”, vocablo quecha –era quechuaparlante- y también aymara, es simplemente “muchacho” o, a lo mucho, “jovenzuelo”.

Se refería a situaciones repetitivas y acumulativas en las que, al final, se perdía el sentido original de un asunto; más sofisticadamente, como diría un semiótico, “se vaciaba de significado”.

Forzando un poco esta figura, podría ampliarla a “primera elección, buena elección; segunda elección, regular elección; tercera elección, ya no hay elección” y ni qué decir cuando se habla de una reelección indefinida como la que plantea el régimen, burlando la propia Constitución por la que mató y el resultado del referéndum a la que él mismo convocó y que puso coto a tal aspiración.

No quiero, sin embargo, ahondar en los impedimentos legales y morales que inhabilitan al caudillo que no quiere soltar el poder a presentarse como candidato a la primera magistratura en los próximos comicios generales –lo haré, probablemente, en mi siguiente entrega- sino plantear a la ciudadanía un mecanismo de revitalización democrática –una especie de respiración boca a boca al sistema electoral- que le devuelva algo de su tristemente perdida credibilidad y que genere una nueva maduración de confianza ciudadana. Podríamos llamarlo, como reza el título, una “pausa electoral”.

Pienso en sus bondades en tres dimensiones: la ciudadana, la orgánica y, aunque parezca iluso, la gubernamental.

En cuanto a la primera, cabe preguntar ¿A cuántos procesos de tipo electoral –elecciones (generales, municipales, de gobernaciones, la judicial, de asambleístas (ya sé que vienen “casadas” a otras, pero no dejan de sumar), y referendos de toda clase hemos asistido los últimos ocho años? Francamente he perdido la cuenta. ¿Cuándo fue el último de ellos? Hace muy poco, en noviembre: varios referendos autonómicos regionalizados en los que se puso en consideración  estatutos y cartas orgánicas. El resultado más relevante fue la decisión tomada en Charagua de adoptar la autonomía indígena  aunque, pasado el fervor, ha comenzado a estirar la mano a las ONG’s para que se apiaden de su escasa solvencia financiera. Si nos vamos a guiar por lo expresado por los viacheños sobre la ausencia de información, admitiendo que no sabían por qué estaban votando, tenemos que el órgano electoral no la divulgó; pero, más aún, ya se notó una fatiga cívica: los ciudadanos votaban a desgano, quizás por consigna y por evitarse las multas por omisión.

En lo que toca a lo orgánico, el TSE está actuando como una fábrica de elecciones, sin tiempo para ocuparse de sí mismo; ya nomás se le vienen las elecciones judiciales y una acumulada lista de espera de varios anuncios electoreros. Le falta oxígeno, a saber, para: a) modernizar sus sistemas; b) certificar (ISO) su procesos y c) dar curso a la auditoría al padrón.

Finalmente, el beneficio al Gobierno no podría ser más pertinente: al deselectoralizar su desempeño, tendría que ocuparse de la gestión con lo que, imagino, saldríamos ganando todos.

Esta pausa podría comenzar luego de las elecciones judiciales –adelanto mi voto nulo porque, a decir del Vicepresidente, la selección de candidatos estará en manos del MAS- y podría durar no más de dos años, ni menos de uno.

Uno de los secretos de la credibilidad de la antigua CNE –desde Cajías hasta Romero Ballivián- fue que, entre elección y elección, tenía el tiempo necesario para desarrollarse institucionalmente y generar confianza. Cantidad no es, necesariamente, garantía de calidad.

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