Como se sabe, la candidata demócrata Hillary Clinton obtuvo aproximadamente dos milones ochocientos mil votos de ventaja sobre el ganador de las elecciones en EEUU, Donald Trump. Semejante oxímoron político es sólo factible debido al vetusto sistema electoral vigente en la nación de Washington; pero en tanto aquel no se modifique, los candidatos aceptan someterse a las reglas del juego, prácticamente sin derecho al pataleo.
Así pues, por muy afectado que le hubiese quedado el hígado, a Clinton no le quedó más remedio que felicitar al perdedor en las urnas pero triunfador en el Colegio. Eso se llama institucionalidad -respeto a las normas– al extremo de que la excandidadata y su esposo, el expresidente Bill Clinton, asistirán a la posesión del populista Trump el 20 de enero, aunque dudo mucho de que en el caso inverso –es decir, que el populista hubiese ganado en las urnas y la demócrata en el Colegio- el impresentable que asumirá la Presidencia hubiese actuado de misma manera. Es más probable que hubiese desconocido la institucionalidad, característica propia del populismo, sea del signo que fuera.
En casa, luego de once años de populismo tercermundista en ejercicio del gobierno–corporativismo, demagogia, culto a la personalidad, supresión de derechos políticos, control centralizado del poder, desarrollismo, propaganda grosera, persecución, judicialización de la política, etc.- la voracidad de reproducción de poder de la cúpula del régimen, que siempre hace la inducción-pantomima de actuar “a pedido del pueblo”, viene atropellando sin misericordia –he aquí lo sorprendente- ¡sus propias reglas!. Cierto. Al menos desde 2009, año en que consigue imponer –en su desarrollo- y hacer aprobar la Constitución Política del Estado la que, mientras no se modifique según los mecanismos que la misma prescribe, rige para todos, incluidos, con mayor razón, los gobernantes. A la CPE (COPOLMA, como la llamó Francesco Zaratti) le siguieron las llamadas “leyes estructurales”, los “Códigos Morales” y un sinfín de normas accesorias.
Vale decir que cuando el señor Morales declara que las leyes le incomodan se está refiriendo a sus propias leyes, no a las que promulgaron los “neoliberales”, los “vendepatrias” o los “agentes del Imperio”. Más allá de la aberración jurídica que ello supone, ¿no es de una necedad absoluta?
Por otro lado, con diferencia de una sílaba –“Si”, paradójicamente- se encuentra la necesidad. Mencionada sesenta y un (61) veces en la Constitución, el agua, proclamada, además, como “derecho humano” en la misma, se ha convertido en un artículo de lujo para la población que, resignada –agradecida, incluso- recibe una gotas del líquido que no le alcanzan para cubrir mínimamente sus necesidades.
Seamos claros, el enésimo cronograma de racionamiento es papel mojado. Ya no hay a quién quejarse. El régimen ha logrado reducir la voluntad de la población hasta hacerla sentir culpable de la escasez, hasta tildar de “antipatria” a quien se anime a expresar su indignación por no contar con agua potable domiciliaria.
Y aquí vuelve la necedad. ¡Cómo, ante semejante drama, se le ocurre al régimen hacer desfilar a los motorizados del denominado “Dakar” por toda la ruta troncal de la ciudad de La Paz! No voy a ingresar en otro tipo de valoraciones sobre esta competencia; simplemente considero una provocación –a la que la alcaldía se ha sumado con entusiasmo-, una bofetada al rostro de la ciudadanía sedienta, el ingreso del opulento espectáculo a la urbe azotada por la ineptitud del régimen en materia de provisión hídrica.
¿Que no se puede alterar el trazado del recorrido? Debo recordarle al régimen que en la anterior versión se lo hizo, y la carrera continuó su paso por territorio boliviano.
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