Uno de mis hermanos es médico. De todos nosotros, es el
único que tuvo claro lo que habría de ser “cuando sea grande”: pronto a cumplir
cuatro años, pidió, como regalo, un fonendoscopio –no uno de juguete, uno de
verdad-. Con el tiempo, armó una biblioteca que, imagino, debe ser la envidia
de sus colegas. A falta de una especialidad convencional, libertario como es,
prácticamente creó la suya, una suerte de medicina holística que se ocupa tanto
del alma como del cuerpo de sus pacientes. Quienes han recibido sus cuidados
–recientemente mi suegra y, por añadidura su familia- no ahorran elogios para
el doctor.
Fuera de sus ocupaciones profesionales, la música –es un
profundo conocedor del blues- y la metafísica –algo que me es completamente
ajeno- alternan en su cotidianidad; no así la política; más aún, se la pasa
hablando pestes de la misma pero, contradictoriamente, sus opiniones sobre
varios asuntos de carácter público son incluso más incisivas que las de este su
hermano mayor. Sin embargo, jamás que yo recuerde, asomó por su testa
incursionar en política propiamente dicha. Puestos a lucubrar el motivo, quizás
se deba a un rechazo debido al sufrimiento que le tocó soportar a la familia
cuando el régimen de facto exilió a nuestro padre, en 1974.
No me extiendo más en referencias tan personales pero,
sin ánimo de generalizar, tampoco veo a muchos médicos en el campo político.
Ciertamente a la hora de hacer cuerpo ante algún asunto que los enfrenta con el
Gobierno –este o aquel- el gremio de los galenos muestra su lado políticamente
activo, pero no es exactamente a ese al que me refiero.
Ahora viene una pregunta sensible: ¿Existen profesiones u
oficios más afines al ejercicio de la política? Descartando al militar y al
político profesional (algo en lo que normalmente se convierten quienes, a pesar
de poseer un grado académico, se dedican a ella como su principal y permanente
ocupación–no confundir con el profesional en ciencia política-) lo que resalta
en nuestra historia, viendo la secuencia de nombres que pasaron por la
presidencia de la nación, es la profusión de abogados. Salvo error u omisión,
el único médico que ejerció la primera magistratura fue Enrique Hertzog –aunque
ya en calidad de político profesional-. En otros niveles, sobre todo
parlamentarios, los abogados también han predominado, pero podemos encontrar de
todo en los curules; para el caso que tratamos, recientemente, de manera
inconstitucional a mi juicio, tuvimos a una médica –política profesional, a
estas alturas- en función de presidenta en ejercicio durante unas horas.
Traigo a cuento estos datos porque estos días, de manera
casual, conocí dos casos de médicos en carrera política electoral; ambos del
exterior.
El primero es el de José Antonio Vargas Vidot, un
independiente que resultó obteniendo la mayor votación, para sorpresa del
ámbito político convencional, para la
cámara de representantes de Puerto Rico. Su trabajo sostenido -20 años-
en favor de la salud de quienes sufren exclusión le valió tal reconocimiento.
El segundo se trata del candidato a la presidencia de
Ecuador Iván Espinel, aún poco conocido, pero dada su juventud -33 años- con
promisorio futuro. Portando un bisturí como símbolo, tanto él como su compañera
de fórmula –médica también- proponen extirpar la corrupción que campea en su
país tras el paso del populismo.
Tras once años de populismo, nuestro país requiere una
cirugía de urgencia que le arranque la corrupción que ha penetrado hasta sus
más recónditas entrañas. ¿Habrá, metafóricamente hablando esta vez, algún
médico o médica capaz de hacerlo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario