El carácter mafioso del masismo se puso de manifiesto
apenas se acomodó en el poder con el brote, cual si de hongos se tratase, de
numerosos hechos de corrupción “menuda” cuya comisión –uso el término con dos
de sus sentidos- apenas pasó de los trascendidos en la prensa, dada la novedad
de la administración estatal en manos “originarias”.
De aquella primera ola de pillerías de poca monta,
recordamos, por ejemplo, la de unos tractores destinados al agro del
oriente “guardados” en el terreno de un
connotado dirigente y parlamentario de la “revolución cultural” azul. Traemos a
la memoria también los reiterados casos de venta de avales, algunos de los
cuales llegaron al mismísimo palacio de gobierno. Rememoramos, asimismo, los
desvíos de alimentos comandados por una dama muy poderosa del régimen. Difícil
olvidarse del asunto de la venta de pasaportes a ciudadanos chinos –parte 2- o
de escandaletes por tráfico de bienes incautados al narcotráfico. Dada su
legitimidad de origen, el entonces nuevo gobierno salió indemne de éstos y
otros asaltos similares. Ya por esos años se decía que por mucho menos otro
gobierno habría periclitado.
Pero, en la medida en que el régimen se fue adueñando de
la justicia, del poder electoral, y de las organizaciones de la economía, los
hongos se fueron transformando en enredaderas cada vez más complejas, en
verdaderas redes de extorsión, como se comprobaría más tarde con casos como el
del ciudadano estadounidense Ostreicher.
La magnitud de los actos de corrupción fue en ascenso y
ya no se trataba de robos de bagatela sino de descomunales acciones criminales
como la de los 33 camiones y las de YPFB (que había comenzado con el caso
“Rugrats” y lo último que se sabe es que las cisternas que contrataba eran
usadas para el tráfico de drogas) como la de Catler-Uniservice en la que,
inclusive, corrió sangre.
El régimen, sin embargo, siguió superándose a sí mismo y
transitando de escándalo en escándalo como en lo que yo llamo la trilogía
“S.O.S.” (Sanabria-Ormachea-Soza) en la que el narcotráfico, la extorsión y el
abuso de poder se hicieron la norma del régimen.
Sin causar mayor desazón en la ciudadanía –debido a su
carácter intangible- una transversal de la corruptela masista fueron –y siguen
siendo- las adjudicaciones de contratos sin licitación, llevando el “roban pero
hacen” a grados superlativos –“nivel leyenda”, como dicen mis estudiantes-.
Ha sido, sin embargo, con el megarrobo en el Fondo
Campesino, que el régimen ha acabado por mostrarse de cuerpo entero, como
vulgar asaltante. Y tengo la impresión de que en este momento está tratando de
contener con un dedo, por lo menos hasta que pase su re-referéndum, una ola de
corrupción aún mayor.
La reciente publicación en la que el denominado “Estado
Plurinacional” alcanza el dudoso honor de llevarse el vice-campeonato de
corrupción en Sudamérica –podio que comparte con Venezuela en el primer lugar y
Ecuador en el tercero (sintomáticamente los tres países que NO visitarán los
Rolling Stones en su gira por el continente)-, corrobora lo dicho.
Mi explicación para comprender por qué tanto latrocinio
estatal no ha hecho que el régimen se vaya a pique, además de lo obvio, radica
en que éste ha tenido la habilidad de tratar aisladamente cada caso; y está
visto que, en conjunto, el fardo es colosal. ¡Qué SInvergüenzas!
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