No sé si a usted, pero a mí me ocurre que ni acabo de
salir de la perplejidad por alguno de los dislates del régimen –particularmente
aquellos proferidos por el number one
y el number two- que ya están en fila
otros, cada cual más grosero que el anterior. Viene ocurriendo desde hace diez
años y el repertorio de sandeces no parece tener fin; por el contrario, el
propio régimen anda moviendo los hilos para procurar imponer su triste
espectáculo ad infinitum.
La amarrada de huato ordenada por el reyezuelo a un
militar, “cariñosamente” cumplida por éste, es una muestra más de que todo anda
absolutamente corrompido, y de que el mal ejemplo viene “de arriba”.
Lo indignante es que tal cúmulo de despropósitos no
parece causar mayor remezón político que el de algunas expresiones de condena
social que se esfuman al bajarse de un trufi u otro medio de transporte público
–protestas de baja intensidad-. No hay duda de que estamos viviendo días de una
democracia residual con tendencia a convertirse en la “inédita” dictadura,
reflejo de la que proclamara García Meza con su frustrado, en buena hora, sueño
de gobernar durante 25 años. ¿Es reversible esa tendencia?, ¿es posible aún
retomar la senda democrática? Hipotéticamente sí, pero durante una década el
régimen se ha dado a la tarea armar un entramado (des)institucional que le es
funcional hasta el delirio.
No habiendo siquiera cumplido un quinto de su tercer
período en el gobierno –yo sigo sosteniendo que de manera absolutamente
ilegal-, el régimen, como si no hubiera un sinfín de asuntos más importantes e
incluso más urgentes que atender, ha decidido priorizar el de su eternización
en el poder y, para ello, está ejecutando una estrategia, la de la Combocatoria.
Tan alevosa es ésta que presupone que todos los
bolivianos son dóciles “amarrahuatos” dispuestos a acudir mecánicamente a un
referéndum en combo donde uno no pueda decir “sí a arroz y al fresco de linaza
pero no al pollo” –que, por ser vegetariano, sería mi caso-. En tal caso,
preferiría quedarme con el pan con queso y café que uno se sirve en el mercado;
o sea, por mucho que me parezcan deseables una reforma en la justicia y en la
seguridad ciudadana, si éstas van tramposamente “casadas” al gobierno vitalicio
del caudillo, mi voto va a ser decididamente por el “No”.
Si de todas maneras el régimen quiere forzar la
reelección indefinida de Morales debe hacerlo sin timar de dicha forma al
elector; debe hacerlo a la manera del referéndum constitucional colombiano de
2003 que incluía 15 reformas propuestas por el gobierno de entonces –de las
cuales el soberano aprobó una sola- o sin ir más lejos, aunque no se trataba de
la Constitución, del referéndum del gas.
A propósito de Colombia, siete años después del citado
referéndum, Álvaro Uribe quiso habilitarse como candidato para otro período,
habiendo iniciado su campaña reeleccionista apenas comenzado su segunda gestión
a cargo de la primera magistratura, aprovechando un favorable clima político a
su favor. Cuando todo hacía parecer que se saldría con la suya, la
institucionalidad democrática, a través de la Corte Constitucional, falló en
contra del referéndum al ser recurrido el proyecto ante tal instancia y con
ello se inició la carrera por la sucesión.
Por el contrario, en el “Estado plurinominal”, el
Tribunal Constitucional avaló –espuriamente- la habilitación de Morales para
las elecciones de 2014 y el Tribunal Electoral le otorgó los 2/3 del parlamento
para allanarle el camino de su nueva aventura antidemocrática.
Aun así, con todos los mecanismos del poder controlados,
esta vez el régimen no lo va a tener fácil.
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