jueves, 7 de mayo de 2015

Beso a beso, el régimen se desploma




Si usted quiere hacer más vívida la lectura de esta columna, le sugiero que la acompañe con la canción “Beso a beso” del cantante Mona Jiménez –no es que sea una maravilla, pero siento que esta musiquita va a simbolizar, de hecho ya lo está haciendo, el inicio del declive de un régimen que luego de haberse emborrachado con el poder, está atravesando una resaca terminal-.


Ud ya sabe… el más reciente episodio de la farra plurinominal muestra al evocal electoral Ramiro Paredes agasajado por un frondoso grupo de militantes del MAS con motivo de su onomástico. En el sarao, se ve al susodicho personaje dándole al bailongo al son de la citada pieza.


Irónicamente, al tiempo que se producía el ágape azul (cuando aún no se conocía el hecho) yo me ocupaba de los ósculos en un programa de radio que acometo los martes. Hablaba del “beso de la codicia” dado por Jacob a Isaac –su padre- y del que Judas diera a Jesús entregándolo a sus perseguidores. Beso a beso, me enamoré de ti…


Para mayor pasmo mío, el besuquero Paredes es el mismo individuo al que, en el aeropuerto de Tarija, recriminé públicamente a poco de que la pianola electoral hubo decretado la inhabilitación de UD en los comicios del Beni, extremo condenado incluso por Naciones Unidas. Beso a beso, el árbitro hacía buena letra con el jefazo.


Lo cierto es que el llamado tribunal electoral nos es otra cosa que una sucursal del Ejecutivo compuesta exclusivamente por militantes del “instrumento político”. Y si hoy el propio presidente de los cocaleros los critica es porque ya no les son útiles, ya cumplieron la tarea… hasta que, por las abultadas diferencias, varias alcaldías y gobernaciones fueron a la vereda de la oposición (pero donde las distancias son mínimas, la banda manda). 


En lugar de recibir besos de El Alto y Tarija, donde puso toda la carne al asador, el régimen recibió un puntapié que marca el inicio del desplome  de un régimen autoritario, inmoral, corrupto y fraudulento. 


Uno de sus últimos ardides es la profecía autocumplida en el Beni que, sin embargo, no evita su lento, pero seguro, declive político.


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