Quisiera, de todo corazón, decir que hemos arribado a 32
años de democracia en pleno desarrollo y proyección de ésta. Pero,
honestamente, debo lamentar que desde hace nueve años Bolivia esté atravesando
por un sostenido proceso de depauperación de la misma.
Lo que estamos viviendo –no obstante estar, ahora, acudiendo
a las urnas- es una suerte de “democracia residual” cada vez más exenta de los
elementos que definen un sistema democrático y con la perspectiva de su
liquidación total en la medida en que el régimen en funciones se define
exactamente desde las antípodas. En palabras de Víctor Hugo Cárdenas, que
comparto plenamente, éste “no es un régimen democrático con destellos
autoritarios, sino un régimen autoritario con destellos democráticos”.
Destellos, estos últimos, en progresiva merma.
El corporativismo, el centralismo, la arbitrariedad y el
culto a la personalidad se han apoderado de la estructura estatal con su
correspondiente irradiación social, mientras que el Estado de Derecho se
encuentra, temporalmente tengo la esperanza, de vacaciones.
Lo más duro está por venir y cada resquicio de libertad que
escape al control del régimen deberá ser aprovechado por quienes no nos hemos
dejado aturdir con los cantos de sirena de un régimen que consiguió, sobre la
base de una prosperidad con pies de barro, minar la voluntad de importantes
bolsones otrora parte de la conciencia democrática.
Más temprano que tarde, nos espera la dura tarea de la
reconstrucción institucional de la república: reponer una corte electoral
independiente, autónoma, imparcial y neutral; establecer un poder Judicial confiable
e independiente; garantizar un Legislativo al que vuelva el debate, tan venido
a menos la última década; concretar la reposición de normas (SAFCO, por
ejemplo) para el control a las contrataciones y adquisiciones estatales,
fuentes primarias de la corrupción. En suma, reconstruir el Estado de Derecho y
transitar por el camino de las reformas para hacerlo cada vez más democrático.
Estas elecciones pueden ser el principio del cambio hacia un
renovado sistema de pesos y contrapesos (elemental principio democrático), en
el mejor de los casos, o de la extensión de un cheque en blanco al poder
establecido para prolongar su depredación de la democracia, en el peor.
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