Lustros atrás, en tiempo electoral, cuando los candidatos son todo sonrisas, el relacionador público de uno de ellos se comunicó con una periodista solicitándole la “gauchada” de “darle cobertura” a la campaña de su jefe, un político que meses antes se había visto envuelto en un escándalo de violencia contra su esposa. “No hago entrevistas a pegamujeres”, respondió la dama con lo que la breve conversación llegó a su fin.
Por entonces no había ley alguna que penalizara los abusos que los hombres, valiéndose de su poder patriarcal, ejercían sobre las mujeres; el término “feminicidio” ni siquiera se había acuñado.
Hoy hay una ley –integral, para mayor rimbombancia- que, a poco de ser promulgada, era proclamada por el régimen como “el fin de la violencia contra la mujer” (como si una disposición legal fuera un acto de magia) siendo que más bien ésta parece haber recrudecido –“se ha visibilizado”, dirán algunos-.
Lo que hizo la periodista que mencioné fue el reflejo de la sanción social que se aplicaba en tiempos en que hechos como aquel (protagonizado por figuras públicas) eran más bien la excepción –como el castigo social que tuvo un ministro por darle un lapo a un varita-. Ahora, con el régimen masista empoderado, parecen ser la regla. Y no hay sanción legal que los castigue.
Adolfo Mendoza, Fidel Surco, Percy Fernández –por mencionar a los más emblemáticos exponentes de la violencia y el irrespeto a la mujer- se siguen regodeando en los medios. Es más, no falta el conductor que agradece el “privilegio” de tenerlos en su set.
Pero, para mayos perplejidad mía (y suya, imagino), no sólo que los abusivos se mueren de la risa en nuestras caras, sino que las propias mujeres del régimen salen a la palestra para justificarlos.
Así ha ocurrido recientemente cuando una diputada de oposición se querelló contra Férnandez y su colega masista Marianela Paco la descalificó por, según sus palabras, “hacer show político”, en una suerte de encubrimiento al alcalde metemano.
Más grosera y rastrera aún ha sido la diputada (¿es necesario recalcar que también masista?) Emiliana Aiza, quien justificó la violación y asesinato de una enfermera, “a pene y manos” habrá que decir, de un tal Teodoro Rueda, a la sazón alcalde (¡adivinó!, masista) de Pocoata, atribuyendo el hecho ¡a la cerveza!.
¡Carajo, en qué mala hora llegaron al poder estos borrachos!
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