¿Hasta dónde puede un Estado moderno ocuparse directamente de la producción? Utilizo el término “producción”, más allá de su aplicación al extractivismo, que es un estadio primario de la misma. Por producción, entendemos “transformación”, “valor agregado”, “innovación”.
No estoy en contra de que el Estado se involucre directamente en un proyecto siderúrgico, por ejemplo, seguramente en asociación con inversores privados. En tal caso, y en otros parecidos, lo que más bien hay que evitar es que los capitalistas (empresas transnacionales, en su mayoría) se conviertan en un superestado; y creo que el país se ha curado en salud de aquello.
Asegurado el dominio sobre los considerados “recursos estratégicos” –que justamente por tal calidad no son más que un modesto puñado aunque de gran importancia- el papel que le toca cumplir al Estado es el de crear las condiciones para que el resto de los agentes económicos –prácticamente toda persona de carne y hueso- desarrolle sus emprendimientos de acuerdo a sus capacidades; ocurre generalmente lo contrario: el Estado es el principal obstaculizador de la iniciativa y actividad privada.
Una digresión, a manera de matizar: se considera, con cada vez mayor insistencia, que los únicos recursos estratégicos son el humano y el conocimiento.
Por lo demás, el Estado hará bien en intervenir ante las distorsiones del mercado, en redistribuir justamente el excedente y en actuar bajo el criterio de subsidiariedad allá donde el capital comercial no encuentre atractivo de negocio –no pueda lucrar-.
¡Pero que el Estado se ponga a producir calzones!...
No sería la primera vez. La anterior fue un fiasco mayúsculo. En tiempos de la dictadura, una fábrica de prendas de ropa interior fue adquirida por el Estado. Se supuso que el “mercado cautivo” (endogámico, más bien) para la ocurrencia eran las FFAA: millones de calzones por año a ser comprados para los soldaditos. ¿La actual “lencería” de la soldadesca es de la marca “BVD”? No, ¿no ve?.
Entonces, ¿Cuál el sentido de meterse, como Estado, a empresario del papel –negociado mediante, a más de no ser un rubro muy respetuoso de la pachamama- del cartón… y ahora de las prendas de vestir? Huele a calzón sucio.
viernes, 22 de junio de 2012
lunes, 18 de junio de 2012
jueves, 7 de junio de 2012
Caperucitas rojas y lobos azules
En sus afanes persecutorios, el régimen ha llegado a
extremos inimaginables para un sistema pretendidamente democrático, ha caído en
el ridículo y está a punto de llegar al extravío –si es que no lo ha hecho ya-.
Eso sí, no se le puede negar coherencia, porque entre lo
declarativo y los hechos existe una correspondencia prácticamente mecánica. ¡Así
es que lo que el Gobernador quiso decir es que “nadie puede oponerse a Evo”!, y
en un arranque de entusiasmo dijo que había que colgar a los opositores. ¿Y
dónde se supone que está la disculpa en tal “retractación”?. “Mil perdones; no
quise decir ‘colgar’ sino ‘cortar el pescuezo’ ”, podría también haber dicho el
personaje de marras.
Y vaya que le sobra “entusiasmo” para acometer con este tipo de acciones.
Fresca en la memoria está la vez en la que el ministro de Gobierno
–reincorporado hace poco al Ejecutivo con disminución de nivel- Alfredo Rada,
la emprendió contra un grupo de jugadores de paintball acusándolos de terrorismo en la trama que tejió para
desmontar el poder de la “oligarquía oriental”.
Es que, a veces, los “revolucionarios” se pasan de
revoluciones y acaban replicando comportamientos atribuidos a tiranos de un
signo u otro. Entre la realidad y la ficción que en la novelística de
Carpentier se sintetizan en lo “real maravilloso” algunos de los episodios protagonizados
por este régimen superan en imaginación a los que el autor cubano retrata en
sus obras, como por ejemplo aquel, tomado de El recurso del método, en el que
el gobierno de derecha quiere hacer desaparecer toda la literatura “roja”
(marxista) y en tal menester un librero damnificado por la ocurrencia les dice
a los esbirros del régimen que de una vez se lleven La caperucita roja también.
Resulta que, ahora, “sedición” es recaudar dinero para
apoyar a los marchistas del TIPNIS
mediante la venta de postales con imágenes de la anterior marcha y emprenderla
contra los promotores de la iniciativa. ¡Faltaría que lo enjuicien al
fotógrafo!
Ahora resulta que “terrorismo” es cantar en una banda de Hip hop llamada “Malditas Dinamiteras”.
Es que, aunque no meto mis manos al fuego por gente que ni conozco, la
detención de unos chicos con tal cargo, se parece más al secuestro de La caperucita roja o al juego de paintball que a una correcta
investigación. Por una sencilla razón: en el código de los terroristas comunes
(no en los de Estado) es de rigor reivindicar el hecho –García Linera lo sabe
perfectamente- y, hasta donde tengo entendido, no hay tal “sello”. Y, al mero
estilo del Estado de no-derecho, los jovencitos tienen que probar su inocencia.
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