Ha pasado la euforia “patriótica” inducida desde el régimen. De que le sirvió, claro que lo hizo: fue la red que amortiguó la caída libre en la que se encontraba después de haber decretado el gasolinazo y de haber vuelto sobre sus pasos, reculazo mediante, y no obstante haber quedado sensiblemente desportillado, se ha levantado con la suficiente soberbia como para volver a la carga en su afán de liquidar finalmente la democracia a título de “descolonizar” la justicia vía una preselección de postulantes dudosamente meritocrática. Este mecanismo ya fue aplicado en pequeña escala en la última selección de aspirantes a Defensor del Pueblo… el mejor calificado quedó relegado y quien ocupa actualmente esa función es un segundón que lo primero que hizo fue convertir a la otrora respetable institución en una sucursal del ministerio de Gobierno –hay que decir, sin embargo, que el hombre está tratando de enmendar su comportamiento, aunque, a mi juicio, lo que correspondía era su renuncia apenas destapado el mencionado escándalo-.
En su diaria perorata satanizadora del orden republicano, el régimen nos ofrece un exorcismo autocrático en el que no haya más independencia de poderes: ¡el paraíso plurinacional!. En la memoria selectiva (¿bloqueo neuronal?) del nuevo pensamiento único, no hay lugar para admitir que muchas cosas en la vilipendiada república se hicieron con el mejor propósito de avanzar en la construcción de una democracia con instituciones sólidas y creíbles.
Sólo por mencionar algunos casos, recordemos a la Corte Nacional Electoral instituida a principios de los noventa, desbaratada finalmente con la designación de un agente del régimen a su presidencia –hasta llegar al descaradamente oficialista Tribunal Supremo Electoral cuyo Presidente solo cumple las instrucciones que le llegan del Ejecutivo, ahora bajo la férula de un funcionario cuyo gran mérito es ser amigo del Vicepresidente del Estado-.
Recordemos a aquel Tribunal Constitucional que, haciendo honor a la independencia de poderes, falló a favor del entonces diputado Evo Morales y le restituyó su curul parlamentario con goce retroactivo de sus haberes íntegros, pese, inclusive, a que el ex congresista apenas acudía a cumplir sus labores legislativas dado que estaba ocupado soliviantando cocaleros y organizando bloqueos.
Rememoremos las tres primeras gestiones de la Defensoría del Pueblo –eludiendo un ínterin que la institucionalidad no permitió que se prolongara-. Ponderemos la Corte Suprema de Justicia presidida por Rodríguez Veltzé quien, para decadencia de la misma, fue llamado a ser Primer Mandatario de la República. Todo ello, y más durante la denostada “era neoliberal”.
Pero bien, había comenzado por el final, lo que nos lleva al título que escogí para esta entrega. A tiempo de recurrir al comodín del tema marítimo para salvarse, el régimen nos contó el cuento de una nueva estrategia en la materia. Han pasado varios meses del anuncio y lo único que se ve es una serie de ensayos fallidos por crear la sensación de tenerla: Una oficina en ciernes, una foto del futuro ex presidente con ex presidentes republicanos, un día para que los empleados públicos vayan al estadio –le doy treinta segundos para que se acuerde la fecha; no sé preocupe, yo tampoco me acuerdo-. Y lo más grosero: la “convocatoria” al juez español (“descolonización”, le llaman) Baltasar Garzón para asesorar en la demanda internacional contra Chile. Monumental desaire el que éste propinó a Morales y compañía.
Tengo, y me hago cargo de ella, la impresión de que si una cosa parecida hubiera ocurrido hace cinco años, el juez aceptaba sobre tablas la invitación: Hoy, en el mundo, Morales, lejos de atraer, espanta (una “quemada”). Y eso no es estrategia, son palos de ciego en el agua.