jueves, 26 de mayo de 2011

Palos de ciego en el agua


Ha pasado la euforia “patriótica” inducida desde el régimen. De que le sirvió, claro que lo hizo: fue la red que amortiguó la caída libre en la que se encontraba después de haber decretado el gasolinazo y de haber vuelto sobre sus pasos, reculazo mediante, y no obstante haber quedado sensiblemente desportillado, se ha levantado con la suficiente soberbia como para volver a la carga en su afán de liquidar finalmente la democracia a título de “descolonizar” la justicia vía una preselección de postulantes dudosamente meritocrática. Este mecanismo ya fue aplicado en pequeña escala en la última selección de aspirantes a Defensor del Pueblo… el mejor calificado quedó relegado y quien ocupa actualmente esa función es un segundón que lo primero que hizo fue convertir a la otrora respetable institución en una sucursal del ministerio de Gobierno –hay que decir, sin embargo, que el hombre está tratando de enmendar su comportamiento, aunque, a mi juicio, lo que correspondía era su renuncia apenas destapado el mencionado escándalo-.


En su diaria perorata satanizadora del orden republicano, el régimen nos ofrece un exorcismo autocrático en el que no haya más independencia de poderes: ¡el paraíso plurinacional!. En la memoria selectiva (¿bloqueo neuronal?) del nuevo pensamiento único, no hay lugar para admitir que muchas cosas en la vilipendiada república se hicieron con el mejor propósito de avanzar en la construcción de una democracia con instituciones sólidas y creíbles.


Sólo por mencionar algunos casos, recordemos a la Corte Nacional Electoral instituida a principios de los noventa, desbaratada finalmente con la designación de un agente del régimen a su presidencia –hasta llegar al descaradamente oficialista Tribunal Supremo Electoral cuyo Presidente solo cumple las instrucciones que le llegan del Ejecutivo, ahora bajo la férula de un funcionario cuyo gran mérito es ser amigo del Vicepresidente del Estado-.


Recordemos a aquel Tribunal Constitucional que, haciendo honor a la independencia de poderes, falló a favor del entonces diputado Evo Morales y le restituyó su curul parlamentario con goce retroactivo de sus haberes íntegros, pese, inclusive, a que el ex congresista apenas acudía a cumplir sus labores legislativas dado que estaba ocupado soliviantando cocaleros y organizando bloqueos.


Rememoremos las tres primeras gestiones de la Defensoría del Pueblo –eludiendo un ínterin que la institucionalidad no permitió que se prolongara-. Ponderemos la Corte Suprema de Justicia presidida por Rodríguez Veltzé quien, para decadencia de la misma, fue llamado a ser Primer Mandatario de la República. Todo ello, y más durante la denostada “era neoliberal”.


Pero bien, había comenzado por el final, lo que nos lleva al título que escogí para esta entrega. A tiempo de recurrir al comodín del tema marítimo para salvarse, el régimen nos contó el cuento de una nueva estrategia en la materia. Han pasado varios meses del anuncio y lo único que se ve es una serie de ensayos fallidos por crear la sensación de tenerla: Una oficina en ciernes, una foto del futuro ex presidente con ex presidentes republicanos, un día para que los empleados públicos vayan al estadio –le doy treinta segundos para que se acuerde la fecha; no sé preocupe, yo tampoco me acuerdo-. Y lo más grosero: la “convocatoria” al juez español (“descolonización”, le llaman) Baltasar Garzón para asesorar en la demanda internacional contra Chile. Monumental desaire el que éste propinó a Morales y compañía.


Tengo, y me hago cargo de ella, la impresión de que si una cosa parecida hubiera ocurrido hace cinco años, el juez aceptaba sobre tablas la invitación: Hoy, en el mundo, Morales, lejos de atraer, espanta (una “quemada”). Y eso no es estrategia, son palos de ciego en el agua.

jueves, 19 de mayo de 2011

Transmisión UMSA: Seguridad alimentaria


En convenio con el Rectorado de la Universidad Mayor de San Andrés, el AULA LIBRE (y otros blogs amigos) transmiten en directo, hoy jueves 19 de mayo de 2011 a las 18:00 de la tarde
FORO DEBATE:
¿Cual es el estado de la Seguridad Alimentaria en Bolivia?


Live streaming video by Ustream

lunes, 16 de mayo de 2011

...Y el cielo se puso a tono...


Ayer estuve en el estadio. Disfruté la goleada que mi club, The Strongest, propinó a un Blooming que aguantó el acoso atigrado durante todo el primer tiempo. Pero el segundo, parecía que la cancha se volvió un plano inclinado y cuatro goles -pudieron haber sido más- coronaron el buen desempeño del Tigre.

Con ese resultado y los que se dieron en otros partidos, The Strongest es el líder del torneo y depende de sí mismo para sostenerlo y acabar como campeón del mismo.

Al retornar a mi guarida, pasando por el puente de Las Américas, levanté la cabeza y observé cómo el atardecer se llenaba de los colores atigrados -la foto es elocuente- a manera de postal para una jornada memorable.

¡Huarikasaya Kalatakaya!

miércoles, 11 de mayo de 2011

Turbios comicios, blancos votos

El despropósito que el régimen está imponiendo a la ciudadanía se devela perversamente claro: utilizarla para cohonestar la toma absoluta del Poder Judicial y, con ella, la del poder total, dado que ya controla el órgano electoral, amén del ejecutivo y el legislativo.

No observo esto de recién nomás. Lo hago desde que se discutía su inclusión en el mamarracho de Constitución que, finalmente por la fuerza y utilizando el mismo método de cohonestación, está vigente y que, por desgracia, nos rige.

Muy "demócratas", los voceros del régimen nos cuentan el papo de que en ninguna otra parte del mundo la gente vota para elegir a los miembros de las cortes judiciales; tampoco lo hace para elegir el Alto Mando Militar y no por ello vamos a ir a votar para elegir a los comandantes de las fuerzas armadas. Aunque siguiendo la fórmula que el régimen propone para el caso de la magistratura, una votación popular para elegir la cúpula militar pasaría primero por una preselección parlamentaria de los candidatos a ocupar las comandancias y las unidades de las FFAA –La rectoría de la EMI, por ejemplo- en la que, obviamente, los incondicionales al régimen llenarían la lista. De ahí en más no interesa quien gane pues, como en los casinos, "la casa siempre gana" –eventualmente, algún parroquiano se lleva unos quintos-. Eso sí, en esta hipotética elección, así como en realidad ocurre en la judicial, cualquiera puede anotarse; así pues, un sargento o un dragoneante tienen toda la posibilidad de ser elegido como Comandante General o de alguna Fuerza. Ridículo, ¿verdad?...

El asunto es que el voto popular no se aplica en estos casos, en ninguna parte evidentemente, porque la forma de promoción de los aspirantes surge de un escalafón, de una hoja de servicios, de una carrera institucional, de la meritocracia, de la probidad. El Congreso, en teoría, ratifica las puntuaciones y designa al o la más calificado(a)… si algo había que hacer era transparentar este mecanismo. De esta forma, ni examen se necesita.

Y encima, resulta que no vamos a tener la posibilidad de informarnos libremente –lo haremos con los datos que proporcione el órgano electoral oficialista- y que lo que vamos a marcar en la megapapeleta ¡son "números!. A eso le llamo la "cotelización" electoral: 45 para el Tribunal Supremo Electoral, 73 para el Tribunal Constitucional, 19 para el Agroambiental… ¡Por Dios! ¿Qué nomás hemos hecho para merecernos tanta turbiedad?

Por donde se lo mire, esto es un tongo. Entonces, ¿qué opciones le quedan a la ciudadanía consciente y demócrata dado que el daño está prácticamente hecho? Desgraciadamente, no muchas, y de las pocas prácticamente todas testimoniales. Más, antes de hablar de ellas, quisiera exhortar a los colegiados serios, probos y altamente calificados a no prestarse a esta burda maniobra con fachada democrática.

He decidido votar en blanco, con la plena conciencia de que los cargos en juego resultan de los votos válidos, y los blancos no se cuentan entre aquellos. Así entre nulos, abstenciones y blancos sumaran un 90% del padrón electoral, igual la plancha azul coparía el Judicial… curiosamente, este ejercicio –sumar los votos no válidos y los "Noes"- fue aplicado por el MAS para deslegitimar los referéndum autonómicos. Puede darse la figura recíproca y, como el régimen ve en cualquier tipo de elección un plebiscito, podría quedar espectacularmente desportillado, aunque con todo el poder a sus órdenes, que, a la larga, solo le serviría para eludir un inexorable Juicio de Responsabilidades por todas las tropelías cometidas con el nombre de "proceso de cambio".

"Tubular bells"


"Tubular bells" (Campanas Tubulares) es una obra que me produce una fascinación indescriptible; sé de memoria cada uno de movimientos de esos aproximadamente 45 minutos de su desarrollo -este límite temporal estaba condicionado por la duración máxima que podía registrar un disco Long Play- y conozco cada timbre, cada paisaje de sonido (soundscape) de la pieza.

Estos días los he dedicado a la audición, por enésima vez, de las cuatro versiones: TB I, TB II, TBIII y TB con orquesta sinfónica. TBIII es casi una parodia electrónica, explicable sólo por sacarle una última tajada a la veta. Pero las otros tres son soberbias, aunque la I será siempre mi favorita.

En 1973, Mike Oldfield hizo este aporte a la música; casi pasó inadvertido pero el uso de la apertura como leit motiv de la película "El exorcista" lo catapultó a las estrellas...

¡Un eargasm!....

PD: He puesto esta foto para que no quede duda.

jueves, 5 de mayo de 2011

La "disjusticia"

Hace no mucho, en el marco de la audiencia pública instalada para resolver el regreso o no de Leopoldo Fernández al penal de San Pedro de La Paz, los tres jueces ciudadanos convocados para tal efecto decidieron, por unanimidad y contra el criterio del juez técnico, que correspondía dicho traslado dada la infundada resolución que había determinado su traslado a la prisión de alta seguridad de Chonchocoro.

Insólitamente, 24 horas después, tal jurado volvió a reunirse para “reconsiderar” su determinación y, sin mayor trámite, se retractó de la misma por lo que el ciudadano Fernández continúa recluido en el recinto carcelario del altiplano, que es adonde van a parar los considerados “criminales de alto riesgo” y donde también se encuentra el narcodictador García Meza cumpliendo su pena de 30 años sin derecho a indulto.

En febrero de 2003 me tocó en suerte ejercer la calidad de juez ciudadano en un caso de contrabando. Conocí en sala a mis eventuales colegas y al juez ciudadano; se instaló la audiencia, las partes ofrecieron sus alegatos, nos reunimos en privado para llegar a un fallo y, tres días después se emitió éste: “culpable”. Cumplidas las formalidades y dictada la sentencia nos despedimos cordialmente con la sensación, así creo, de haber prestado un buen servicio a la sociedad. Desde entonces no volvimos, los jueces ciudadanos del caso, a juntarnos ni para jugar cacho, menos para reconsiderar la decisión tomada. ¡Caso cerrado!, como diría una animadora de televisión.

¿Se trata de un hecho de injusticia? Reconozcamos que, históricamente, se han cometido –y se cometen aun- muchas: una pena que no guarda proporción (por defecto o por exceso) con el crimen cometido es una injusticia. El cobro usurero y abusivo de intereses puede calificarse como un procedimiento injusto. La retribución salarial inferior por un mismo trabajo por motivo de género o edad es una injusta retribución. Y así, podríamos continuar ejemplificando formas de injusticia.

Pero lo que viene aconteciendo en nuestro país desde hace cinco años con la judicialización de la política y la instrumentalización del Poder Judicial con fines inconfesables va más allá de la valoración de un acto como “justo” o “injusto”; finalmente, ambas calificaciones guardan una relación en tanto carencia o cabalidad de juicio adecuado.

No. Con lo que nos enfrentamos es con algo de diferente naturaleza, con algo así como una materia contraria y perversa que bien podría denominarse “disjusticia”, vale decir la acción deliberada y maledicente, promovida desde el régimen, de aplicar algo distinto, contrario incluso, de la Justicia, entendida como el conjunto de las instituciones (reglas de juego) puestas para dirimir entuertos de orden legal. Se guardan las formas, eso sí, con la misma habilidad que se lo hace para aparentar democracia.

Situaciones como la descrita en principio, hay por manojos; la más reciente toca al ciudadano Samuel Doria Medina, con quien uno puede tener profundas diferencias o grandes coincidencias, pero no puede dejar de asombrarse por la “disjusticia” a la que está siendo sometido con el único afán del régimen de quitárselo de encima como potencial oponente de fuste en las lides electorales. Para ello, no ha tenido empacho en poner en riesgo el abastecimiento de cemento en el mercado de la construcción, del cual dependen miles de familias, cometiendo ex profeso la grosería de no diferenciar la persona de la empresa y develando su sentencia previa con anuncios de importación de 500 000 toneladas de Clinker o titulando en el órgano gubernamental: “Todavía no cautelan a Doria Medina” (cuando una de las posibilidades era que se resolviera “libertad simple”).

Vivimos la era de la “disjusticia”; ¿quién puede dudar de ello?


lunes, 2 de mayo de 2011

La noche que canté con Charly


Como han pasado más de dos décadas del hecho, me tomo la libertad de rememorarlo sin otra pretensión que la de compartir una anécdota, como si se la contara a mi hijo o a mis (futuros) nietos. Me cuidé de no hacerlo hasta ahora para no caer en la torpeza –deshonestidad- de utilizar la figura de una personalidad epónima –y he departido con muchísimas- para fines de autopromoción en cualquiera de mis actividades. Estamos lo suficientemente creciditos; por lo que espero que a nadie se le ocurra ver en este post un afán de ese tipo.

El sábado 18 de junio de 1988, luego de inspeccionar, junto a técnicos y agentes, las instalaciones del teatro al aire libre de La Paz, así como los sistemas de audio –bastante precarios comparados con lo que se tiene a disposición en la actualidad, debo decir- para el concierto de Charly García, quien llegaba por primera vez a la ciudad, iniciando la era de los conciertos de este tipo en Bolivia (soy, en alguna medida, un precursor en esta materia, la misma que ya es toda una profesión para quienes se dedican a ello en la actualidad), nos dirigimos al hotel donde la banda y el propio García esperaban para la fiesta que les habíamos prometido.

A eso de las 21:30, partimos hacia el boliche de moda por entonces, el “Caras y Caretas”, cuyos administradores, conocedores de que la troupe iba a recalar por ahí, montó un pequeño escenario provisto de lo necesario para hacer algo de ruido: amplificadores, guitarra, bajo, batería… No habíamos hecho una solicitud de exclusividad, ni habíamos cursado invitaciones… debía ser una sorpresa… ¡Y vaya que lo fue!, no solo para quienes se encontraban en el local, sino para mí mismo, como veremos luego.

El rumor cundió por las cercanías… y la gente abarrotó el “Caras…”, al extremo de ya no permitir el ingreso de más curiosos. Muchos quedaron afuera.

Luego de algunos tragos, parte de la banda tomó “espontáneamente” el escenario, Charly en guitarra, Fernando Lupano en bajo, Fernando Samalea en batería, Fabián Quintiero en un elemental tecladito y mi buena amiga Hilda Lizarazu en la voz. Los afortunados presentes no lo podían creer: estaban presenciando un show sorpresa del mismísimo Charly García…. De pronto –un miembro de la banda, probablemente Lupano, con quien mejores migas hice, le habría dicho de mi afición por los Rolling- y el hombre, haciendo una llamada con el dedo dirigida a mi persona, dijo por el micrófono: “¡Vení!”.

“¿Yo, maestro?”, probablemente fue lo que pensé ese instante, pero estaba claro que era a mí a quien se refería. Ocupé un lugar en el escenario, García me cedió el micrófono y el grupo, con Charly a la guitarra, comenzó a tocar “Jumpin’ Jack Flash” y un servidor a cantarla alternando con el mero mero. Seguimos con “Brown Sugar” y acabamos coreando “Raros peinados nuevos” (oh oh oh oh óoooh). ¡Full joda, muchachos!

La mejor prueba de que lo que acabo de contar estaba absolutamente fuera de cálculo es que no tengo –salvo la que se ve arriba, en la que mi antebrazo le cubre el rostro- fotos de aquel momento. Pero su intensidad permanece.