Si el presidente electo, don Rodrigo Paz Pereira, se hubiese expresado con la claridad que lo viene haciendo los días previos a su posesión, no hubiese dudado en emitir mi voto a su favor, pero su discurso previo lindaba con la ambigüedad, contaminado, además, por el ruido de las delirantes ofertas de su acompañante de fórmula, un sujeto de avería. Lo que no quiere decir que voté por su rival en la segunda vuelta -lo hice por un tercero en la primera y con ello tuve suficiente-.
Imagino a Paz como buen
ajedrecista, así fuese en sentido figurado, porque lo que hizo fue muy similar
al “sacrificio” de un par de peones (unas decenas de miles de votos, entre
ellos el mío) para hacer un jaque mate gracias a los cientos de miles que
solían votar por el malhechor Morales Ayma. Así se entiende la extrema
cautela-ambigüedad con la que se manejaba durante su campaña. La idea era,
queda claro, no malquistarse con esa masa de votantes. Negocio redondo. 
Desde que se conoció el
veredicto popular y la inevitabilidad de su ascenso al poder, nuestro próximo
Presidente, liberado del cálculo electoral, comenzó a trazar los lineamientos
de su gestión de la economía -la foto en la que se lo ve flanqueado por dos
portentosas torres, para seguir con la analogía ajedrezada, es extremadamente
decidora-. Eso es lo urgente; va a doler, en principio, pero debe llevarnos a
un nuevo ciclo de crecimiento, de la mano de la iniciativa privada.
Mientras ello ocurre, y
para apoyar tal propósito, la reconstrucción institucional es de vital
importancia. Recuperar la confianza en las instituciones es esencial para, por
ejemplo, reducir la corrupción a su mínima expresión. Autoridades titulares (ya
no interinatos) en entidades clave es una asignatura pendiente. Reparación de
las injusticias cometidas por el viejo régimen, reformas constitucionales,
independencia de poderes, educación (no inducción) de calidad, apertura al
mundo… en este último asunto, Paz ya a ha dado muestras de su visión.
Pero lo simbólico no es
algo menor. El antiguo régimen, derroche de recursos mediante, ganó la
consciencia colectiva con un despliegue descomunal de simbología destructiva de
la nación boliviana. Desmontar ese nocivo aparato imaginario es un deber. Hay
que retomar el ser.
En tal sentido, pequeñas
acciones de inicio pueden ir trazando el camino posterior. Por ejemplo,
eliminar el feriado del 22 de enero, etiquetado como “Día del Estado
Plurinacional”, que, en realidad refiere a la fecha de la primera posesión
(2006) del prontuariado de Orinoca. Si alguno reclamara por el “derecho” al
descanso -creo que, por la situación, se necesitan más días hábiles- podría
trasladárselo al mucho más digno 21 de febrero (21F).
Seguidamente, se podría
colocar el reloj del Palacio Legislativo en su posición original -hablo de la
disposición de las horas y del movimiento de sus manecillas-. Que vuelva a
mostrar el futuro en el transcurso del tiempo, en ligar de, como ocurre ahora,
señalar al pasado, ir hacia atrás, falsificar la historia.
La acción más pertinente
en tal predicamento debería ser la ejecución del mandamiento de aprehensión
librada contra el cocalero prófugo, que luego la justicia haga su trabajo y que
el individuo purgue la pena que ésta determine.
 El resto vendrá por añadidura.




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