A diferencia de las
elecciones post-2005 caracterizadas por una cerrada manipulación de los órganos
del estado en favor del MAS, que permitieron que el señor Morales violara la
Constitución a su gusto -ya en 2013, el TCP borró del mapa una gestión del
susodicho para habilitarse a un nuevo mandato, y luego, el mismo ente,
desconociendo el referéndum del 21 de febrero de 2016, volvió a habilitarlo,
arguyendo un inventado derecho humano a la reelección indefinida-, las corrientes
se presentan un poco más abiertas, gracias, en buena parte, a la fragmentación
del propio MAS.
Si bien la figura de
Morales Ayma se resiste, criminalmente inclusive, a cumplir los recurrentes, a
escala nacional e internacional, fallos que dejan claramente establecida su
inhabilitación, no es la que domina el escenario, salvo por el uso que hace de
minorías eficaces para convulsionar al país.
También ocurrió que consecutivamente
hubo un candidato de la oposición que impidió, al dispersar el voto, que otro
mejor perfilado, llegara al menos a la segunda vuelta. Con esa lección, en
2019, el electorado concentró su voto en Mesa, pero el fraude montado por el
régimen se interpuso en un probable triunfo de éste si se avanzaba al
“balotage”. Luego, producto del desencanto con el gobierno de transición, la
ciudadanía le regaló al MAS el actual periodo. Muy tarde para arrepentimientos.
Estamos, una vez más ante
la posibilidad de que Bolivia se desembarace del régimen masista. He ahí la
gran responsabilidad que la sociedad tiene en sus manos.
Entretanto, permítanme
abordar un asunto marginal que va a pasar a formar parte de las agrias
anécdotas de este proceso electoral, asunto que, en lo particular, o no lo
había notado, o no lo hubo antes: el surgimiento de sujetos, por así decirlo,
“pintorescos” que le han dado un toque bizarro al momento electoral que
vivimos.
A la primera figura sin
definir, como dice la canción de Soda Stereo, la podríamos caracterizar en la
de la persona que le calienta el asiento – la cama, alternativamente- para para
que ésta la ocupe una vez resueltas las trabas que le impiden hacerlo, digamos
la certificación de solvencia. También podríamos llamarla “El candidato
fantasma”, lo que le da un aura de misterio. Nunca hizo una aparición pública, pero,
a objeto de registrarse como candidato a la Presidencia, cumplió con todos los
requisitos para ello. Me pregunto qué siente este buen hombre al jugar tan
curioso papel.
La segunda figura es la
del personaje que, hecho un mar de lágrimas, comenzó a vociferar y a actuar
contra gil y mil. Este individuo se convirtió en el terror de las siglas,
amenazando a casi todas con borrarlas del espectro político. Protagonismo
enfermizo o desubicación descomunal, el caso es que al exponerse tan
ampliamente, salieron a la luz detalles curiosos de su personalidad -líos de
faldas y una larga estadía estudiantil en la UAGRM-, lo que parece haber
morigerado su comportamiento.
De yapa, tenemos a la dama
que, como dueña de una sigla, se dio a la tarea de ofrecerla a cuanto paisano
con ganas de candidatear se le asomara. ¡Hasta que, aparentemente, se sacó la
lotería!
Ante la carencia de
opciones, la sigla “casó” con el cocalero a quien años atrás había tildado de
“asesino” y pasó de ello a defenderlo con uñas y, sobre todo, dientes,
profiriendo amenazas de gran calibre haciéndole coro a su nuevo jefazo.
El podio del absurdo está
ocupado por los tres. Signos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario