Me aventuro a considerar que quienes se
compraron el cuento del supuesto pacifismo de Trump, lo hicieron o por
ingenuidad (“no había sido tan mala gente como decían”) o por fanatismo (todo
lo que diga o haga el caballero es grandioso); los que se encuentran en esta
segunda corriente defienden su postura con los infaltables repudios a lo que
califican, usando los términos de moda, como “globalismo”, “woke” o “progre”.
También, para mi sorpresa, encontré justificaciones a las acciones de Trump
(acompañadas por denuestos a Zelensky) de parte de estimados intelectuales a
quienes colocaría en un tercer grupo -por extravío-.
Déjenme decirles que, en mi criterio, los
llamados a la paz mundial que hacen las misses en los concursos de belleza
tienen más sinceridad que el tongo que, en nombre de la paz, pretende el
Donald.
Si fuese auténtico su anhelo de paz, el
viernes, en lugar de Zelensky debía haber estado Putin, firmando un tratado de
paz que le impondría, en su calidad de agresor, el retiro inmediato de las
tropas rusas de territorio ucraniano y un resarcimiento monetario por daños y
perjuicios causados al pueblo ucraniano durante estos tres años de invasión, recursos
con los que el Estado agredido podría “devolver” a Estados Unidos el monto que
le transfirió como “ayuda”. ¡Hasta yo aplaudiría con entusiasmo tal cosa!
Efusivo como soy, no ahorraría un “¡Viva Trump!”. Pero Trump no se mide con los
de su tamaño (de poder, por si acaso) y lo hace con un petizo a quien humilla
públicamente ante la repulsa del mundo libre.
Hago memoria de un gesto de franco pacifismo:
a fin de liberarse del yugo soviético, Ucrania aceptó sin mayor objeción los
términos de la separación, entre ellos, el más importante, el desmantelamiento
del arsenal nuclear, tercero en el mundo que, por su posición geográfica,
estaba emplazado en su territorio. En mayo de1992 -Zelensky tenía 14 años- las
últimas armas se despacharon a Rusia -podría, paradójicamente, darse el caso de
que Rusia atacase con tal armamento al país que las almacenaba-.
La OTAN es una organización de carácter defensivo
de sus miembros. La agresión a uno de ellos es tomada como agresión al
conjunto. Es entonces que se activan protocolos de asistencia. Fue en ese marco
que, aunque sin ser miembro pleno -el Estado ucraniano está gestionando su
incorporación desde 2008; podría decirse que es un casiOTAN- que los recursos
fluyeron hacia Ucrania. No fue ninguna concesión piadosa de EEUU ni de Europa.
Una acotación para los desmemoriados de conveniencia: Rusia invadió Ucrania; no
al revés. Un extra: Rusia es, históricamente, expansionista -cuánto debió herir
a su orgullo imperial el proceso de independización de varias repúblicas
capturadas por la ex URSS-.
Es que el “trato” que el “pacifista” ofrece a
Zelensky es -reitero que quien debe firmar la capitulación con resarcimiento
incluido es Putin- es hasta gracioso: “Conservas el 20% de tu territorio, el
80% va para Rusia, y de lo que te quedas, todos tus recursos minerales son para
mí, que viva la paz”. Trump actúa a la manera que se estilaba hasta la mitad
del siglo XX, cuando cosas así eran posibles; incluso Bolivia, “en nombre de la
paz”, cedió el Chaco Boreal -inclusive el mediador, el argentino Alberto
Saavedra Lamas, fue premiado con el Nobel de la paz por ello-.
Por fortuna, las voces sensatas se multiplicaron,
incluso en forma de memes y la posición ucraniana ganó, al menos, mayor
fortaleza moral. Y la figura del Donald quedó absolutamente maltrecha, en su
propio país, incluso. Putin no se salió con la suya.
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