A poco de celebrar cinco
años de la gran gesta ciudadana que derivó en la fuga del señor Morales Ayma y
posibilitó la sucesión constitucional que, luego de una cadena de renuncias,
recayó en Jeanine Áñez -como recalqué varias veces, lo que pasó posteriormente
es otra historia-, es pertinente recordar que quien, de manera despectiva, se
refirió al movimiento que, harto de los actos antidemocráticos del cocalero
(desconocimiento del referéndum que puso freno a su aspiraciones de reelección
indefinida y el fraude que montó para darse como ganador en primera vuelta en
las elecciones de 2019 en las que participó con la anuencia del TCP que, a
petición suya, declaró la reelección indefinida como “derecho humano”) se volcó
a las calles en defensa de la democracia, fue precisamente quien le dio la
identidad con la que pasará a la historia.
En un acto de soberbia,
algo recurrente en él, se expresó así sobre la ciudadanía indignada: “Me he sorprendido, ahora dos, tres personas
(están) amarrando ‘pititas’, poniendo ‘llantitas’. ¿Qué paro es ese (...)? Soy
capaz de dar talleres, seminario de cómo se hacen las marchas a ellos, para que
aprendan”. Sin proponérselo, le dio a la gente el arma nominal con la que se
caracterizó la formidable epifanía: “Las pititas”.
Algo extraordinario que hay
que recalcar es que la gran manifestación civil no ocurrió por móviles
económicos (“determinante en última instancia”, de acuerdo al marxismo). Me
atrevo a decir que ni siquiera fueron móviles políticos (en el sentido partidario
del término), sino éticos, humanos.
A un lustro de tal
acontecimiento, parecería que ahora sí en la prescripción de la dialéctica
marxista “estarían dadas las condiciones” para un estallido social a
consecuencia de la situación de la economía, bastaría con que se genere una ola
similar a la de 2019 para poner en cuestión al Gobierno.
Con la nariz que tiene,
Morales Ayma artículo una serie de protestas sobre la base del malestar
provocado básicamente por tres elementos: ausencia de divisas (dólares), escasez
de combustibles e inflación creciente.
Supuso seguramente el hombre
que, al ser preocupaciones extendidas en toda la sociedad, la ciudadanía,
haciendo de tripas corazón, se plegaría a la “causa” del trópico para luego,
muy a su estilo, montarse en la lucha y ser aupado como candidato y “salvador”.
Está claro que esto no ha sucedido no va a ocurrir. Lo que sostiene al bloqueo
pro Morales Ayma es el accionar de una minoría (eficaz, ciertamente) focalizada
en Cochabamba, descomunalmente amplificada y ridículamente teatralizada (como
bien describe Diego Ayo en su más reciente columna).
Entonces, ¿por qué la
ciudadanía no picó el anzuelo? Para decirlo en fácil: porque no come vidrio. Está
claro que la crisis económica, de la cual es corresponsable, le tiene sin
cuidado al bien acomodado señor Morales. Lo suyo es lo de siempre: el poder,
hoy esquivo para él por dos motivos: su inhabilitación para ser candidato y su
conducta sexual proclive a deshonrar a niñas.
El (no)involucramiento de la
ciudadanía no debe ser interpretado como indiferencia ante la flagelante
situación económica ni como un apoyo implícito al gobierno de Luis Arce (aunque
a éste le haya servido como amortiguador de los embates del “evismo”).
Con estas precisiones queda
claramente establecido que, desde 2019, la ciudadanía es un factor central en
la definición del rumbo político de la sociedad.