Las encíclicas son los documentos más importantes, en
términos de doctrina, que los papas elaboran durante el ejercicio pontificio.
Aun siendo muy extendido el tiempo en el que tienen a su cargo el destino de la
Iglesia, generalmente emiten una sola, misma que llega a ser una suerte de
sello de su administración del Vaticano.
Concebidas, en principio, como cartas pastorales dirigidas
a la feligresía sobre temas de la fe, exclusivamente –y, por tanto, de alcance
limitado a los fieles católicos-, a partir del siglo XIX dieron un giro hacia
“asuntos varios”, como se dice en el orden del día de una reunión. Desde
entonces, las encíclicas, si bien se producen dentro del ámbito eclesiástico,
suelen abordar, también, temas que van más allá del mismo abarcando un campo de
influencia mucho mayor.
Dentro de un año, la primera encíclica del siglo XXI
cumplirá diez. Pero antes de ocuparme de ella, objeto del presente artículo,
mencionaré, a manera de antecedente, a dos de sus predecesoras, enmarcadas en
la Doctrina Social de la Iglesia, correspondientes a los siglos XIX y XX.
Se trata de las célebres “Rerum Novarum” (León XIII, 1891)
y “Laborem Exersens” (Juan Pablo II, 1981). La pongo juntas porque ambas se
ocupan, en general, de “lo social” y, en particular, del trabajo, abordando
asuntos de carácter económico y político. La primera sirvió, inclusive, como
inspiradora de corrientes políticas (socialcristianismo, democracia cristiana).
Podría decirse que la segunda recoge, en buena medida, preceptos de aquella
como la dignidad del trabajo y ambas coinciden en su crítica tanto a los
excesos del capitalismo como al marxismo.
Para referirnos a Laudato
Si’ (Alabado seas), la encíclica que firma el Papa Francisco I, hay que
tener el cuidado de, si acaso uno tuviese reparos respecto al rol que el
pontífice dio al Vaticano, de separar una de otra. Independientemente de la
persona, el documento es un texto de enorme valía para la humanidad. Una vez
más, la carta papal excede el ámbito de lo confesional para tratar asuntos
terrenales –en este caso, nunca mejor dicho- apoyada, por supuesto, en la
doctrina eclesiástica. Por tanto, su influencia y sus prescripciones son de
alcance general al género humano.
Laudato
Si’
da la línea para repensar la relación seres humanos – madre tierra y actuar en
consecuencia. Tal es su importancia que ha permeado las discusiones
medioambientales en todo foro, no siempre acompañadas de la voluntad política
para adoptar sus orientaciones.
Así pues, se constituye en un llamado casi desesperado a
las personas, instituciones y Estados (a través de sus respectivos gobiernos) a
involucrarse en el cuidado y la preservación del planeta como la casa de todos
-la Creación, en términos de la fe-; en el mejor sentido de sostenibilidad,
integra lo social, lo económico y lo propiamente ambiental.
Aspectos como la contaminación, la deforestación y,
fundamentalmente, la explotación irracional e incontrolada de los recursos
naturales, tienen preponderancia en “la laudato”. Dicho de manera amplia, todo
aquello que ahora es parte de la causa medioambientalista, y su correspondiente
“plan de acción”, se encuentra en ella.
Más allá de la reflexión, siempre importante, esta encíclica
es un llamado a la acción a los fieles, en primera instancia, y a la humanidad
en su conjunto, sin distinción alguna. En este sentido, en más de un análisis
de la misma, se la ha calificado como “poderosa”.
Adentrándonos en los fundamentos filosófico-confesionales
de la carta, vemos que la misma vuelca la balanza en favor del ecologismo
integral en oposición al antropocentrismo –quien piense que las Escrituras
contienen un discurso unitario al respecto, está completamente errado. En los
textos bíblicos se puede encontrar un sinnúmero de contradicciones, entre la
que se encuentra, justamente, la mencionada, repartida en varios libros y
versículos, unos más inclinados al antropocentrismo y otros, a lo que llamamos
ecología-. Cuestiona, asimismo, con el dualismo cartesiano al ser considerado
éste como el causante de la poca consideración que el ser humano para con su
entorno.
Laudato
Si’
está próxima a cumplir diez años, goza de plena vigencia y señala un camino,
arduo pero generoso, para conciliar los intereses personales con la
preservación de la casa grande.