Que el Jefazo siga ocupando largos espacios en la prensa no
quiere decir que su figura no esté en declive. El grueso de la tinta que genera
el sujeto es, a diferencia de los buenos tiempos de ejercicio del poder
absoluto, o fútil o rabioso.
El síndrome de abstinencia de poder está haciendo estragos
en el hombre y la adicción a los medios –hacer noticia a como dé lugar- le
juega en contra. Que incursionó en la cría de tambaquíes (¿en qué anda eso?
¿solo era para la foto?), que organiza un campeonato de medio pelo que lleva su
nombre, que se compró un plantel de la división profesional de fútbol…
cualquier cosa con tal de figurar.
Digamos que lo mencionado fuera puramente anecdótico –aunque,
como se conoce, le está trayendo cola- en lo que se considera puramente suyo,
la política, le está yendo peor que en la guerra; lo viene siendo desde 2016,
en realidad. Ese lento e irreversible proceso de extinción ha tenido este
último periodo, que comenzó con la demanda cruceña y el paro consiguiente, le
ha pasado una factura que no se paga echando barro a cuanto ciudadano osare no
acatar sus designios. No se da cuenta de que quien se está embarrando hasta el
cuello es él mismo.
Manteniendo la obsecuencia de sus valedores en su reducto
chapareño, casualmente la región productora de la coca destinada al narco, ha
perdido el respaldo residual que aún le quedaba dentro del régimen. La
marioneta ha adquirido vida y vuelo propios, y un ejército de servidores
públicos, en un país en el que en gran medida se accede al cargo público por “merecimientos
políticos” y conversiones de acuerdo al sol que nace, se cuadrará ante el
basquetbolista y negará tres veces al futbolero. Quienes mejor encarnan, en el
Ejecutivo, esta nueva idolatría son el ministro de Obras Públicas y su tropa de
choque.
Pero la verdadera revuelta antijefazo ha ocurrido en el
Legislativo. La mayor parte de las bancadas masistas, tanto en la cámara baja
como en la alta, desobedeció la instrucción del cocalero en jefe de bloquear la
ley del censo y, sobre todo en Senadores, salió por el tubo.
Fiel a su lógica amigo-enemigo, el hermano Evo ha destilado
vinagre contra sus fraternos tildándolos de traidores. Lo interesante de esto
es que, lo hayan hecho por amor al país o por puro contestones al compañero en
cuestión, el resultado ha sido óptimo y el susodicho ha quedado, nuevamente,
como un sediento de sangre.
Lo evidente es que desde 2016 al personaje no le sale una
buena: perdió el referéndum, se descubrió el fraude que urdió, salió
furtivamente del país, no fue habilitado a candidato a senador –menos a
Presidente-, la CIDH lo tiene en la mira… Y ahora “esto”: que el “evismo” se
quede en minoría absoluta en el parlamento.
Podría decirse que, en otros ámbitos, el de los negocios,
por ejemplo, le está yendo mejor; pero no parce ser el caso.
Solo por mencionar los legales, tienen, al menos,
observaciones. El campeonato cocalero fue un evento de carácter comercial, no
de beneficencia o filantropía; por tanto, está sujeto al pago de impuestos y el
SIN se lo ha recordado. La movida de Blancaflor, al parecer, no está clara en
términos de transferencia y podría traer cola. De otros negocios, no voy a
hablar.
Total, que el ocaso del jefazo es más que patético, aunque,
ensimismado como es, será el último en advertirlo. Y, en la medida en se vaya
extinguiendo, saldrán a la luz todas sus tropelías junto a todo el daño que
causó a la institucionalidad democrática, a los derechos humanos y al tejido
social; a Bolivia, en suma. Y no habrá quien salga en su defensa. Amén.