¿Cómo reaccionaría usted ante una escena callejera en a que
un grandulón, visiblemente enajenado, está majando a golpes a un alfeñique al
borde del colapso?
1.
Pasa de largo.
2.
Se une al grupo de curiosos y permanece pasivo.
3.
Se une al grupo de curiosos y emite, de tanto en
tanto, llamados a que pare el abuso.
4.
Toma valor y se interpone entre ambos para
separarlos.
5.
Se pone del lado del gigantón y le ayuda a
destrozar al pequeñín.
6.
Se pone del lado del débil e intenta “equilibrar”
la paliza.
7.
Reconoce a la mole, pero se acuerda de que su
familia le debe favores a la del “fisicudo”. De dientes para afuera, dice que “es
una barbaridad”, pero no hace nada para que el abusivo pare la masacre.
Puede ser que existan otras reacciones, pero con las
anotadas tenemos suficientes como para reflexionar en torno al concepto de
neutralidad, tan socorrido últimamente.
La opción 1 puede ser calificada como “indiferencia” o “nomeimportismo”.
Detrás de ella está el pensamiento “no es mi problema; que el bruto mate al
indefenso si así tiene que ser”. Pero neutralidad, no es.
La 2 tiene más de morbosidad que de neutralidad. Usted goza
con el “espectáculo”; le excita.
La 3 es una suerte de conciencia moral, pero podría ser que,
en fondo, usted se esté disfrutando tanto como como el de la 2. La neutralidad
no supone inacción –más allá de las palabras de “solidaridad”-.
La 4 es entrar en acción. Podría causarle daños físicos,
pero si consigue evitar la muerte del desaventajado, habrá valido la pena.
Usted no ha tomado partido por ninguno, pero ha intervenido para evitar una
tragedia. Neutralidad activa, diríamos. Bien por usted.
La 5 y la 6 indican el tomar partido por una de las partes e
involucrarse activamente en el pleito a favor de una u otra. No hay
neutralidad.
La 7 es la posición más cómoda y a la vez la más ambigua e
interesada. Ni con uno no con otro, sino todo lo contrario; los favores que le
debo a la parte agresora me inhiben de condenarla decididamente, aunque
quisiera hacerlo. Es la falsa neutralidad.
Con todos estos elementos usted puede señalar la opción por
la que el Gobierno de Bolivia -no el señor Morales Ayma y algunos de sus
valedores, que están claramente inclinados hacia la opción 5: “No es invasión;
Rusia está sentando soberanía” dijo aquel- se ha decantado ante la invasión de
Ucrania por parte de la Federación Rusa.
Para calificar como neutral, a estas alturas de la historia,
no basta con no involucrarse en una guerra. La Constitución Politica del Estado
Plurinacional, define a éste como “pacifista” –lo adecuado hubiese sido “pacífico”-.
Esto le complica más la vida al régimen, porque un pacifista es un activista
por la paz; al pacifista le duele y molesta la acción militar de un Estado
elefantiásico sobre uno menos musculoso. Es también una cuestión de ausencia de
“proporcionalidad de fuerza”, concepto caro al régimen en los casos de
persecución política a los que somete a militares que resguardaron la propiedad
pública. Solo por un poco de consistencia con sus argumentos, el Estado
Plurinacional debió haber suscrito los pronunciamientos multilaterales de
condena a la acción de Putin. Pero, claro, hay muchos negocios oscuros entre
ellos y es mejor cuidarse las espaldas, así la omisión signifique el repudio
mundial a Bolivia.
Graciosamente, mientras más intenta el régimen justificar su
posición, más se enloda. Y así se lo han hecho conocer distintas instancias
internacionales. Escudado en una falsa neutralidad, el régimen hace
malabarismos para intentar mostrarla como auténtica y “coherente”. Ni lo uno,
ni lo otro; más bien, todo lo contrario.
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