No es que escaseen los asuntos complejos de la realidad o los temas de coyuntura que generalmente nos ocupan. Por el contrario, la economía pende de un hilo, una “wawa” es socapada por el Estado luego de haber cometido un hecho delictivo, el régimen a punto de implosionar, el Putin y sus crímenes…
Solo la coincidencia de la fecha de publicación de esta
columna con la de un memorable acontecimiento me impide abordar alguno de
ellos.
A mí me parece que fue ayer o, mejor, hace tres días
(puesto que ocurrió en martes) y sin embargo fue hace 25 años, el 25 de marzo
de 1997: muy apretadas en las graderías del teatro al aire libre de La Paz, que
quedó estrecho para tanta concurrencia, miles de personas, entre paceñas,
provenientes de otros departamentos e, incluso, visitantes de otras latitudes,
la banda británica Deep Purple ocupaba el escenario para dar lo mejor de sí a
un público eufórico que no paró de corear los himnos que, uno tras otro, tronaban
desde las torres de sonido.
Ocupando la escena se encontraban Jon Lord (+), Ian Gillan,
Roger Glover, Ian Paice y Steve Morse, vale decir, cuatro quintas partes de la
formación más aclamada del grupo; la ausencia de Ritchie Blackmore fue cubierta
con el virtuosismo de Morse, quien le dio gran lustre a la música de esta
institución del rock.
Si pare entonces ya eran considerados como “dinosaurios”,
imagine usted cómo lo serán ahora que aún continúan en actividad. Digo esto
porque no faltó quien objetara su presencia en Bolivia en razón de que estarían
“acabados”. Nada más alejado de lo que se vio y escuchó durante el concierto
–cuyo registro grabado circula ampliamente en las redes-. El grupo, a juicio
mío, llegó en su mejor momento, cuando tanto colectiva como individualmente, el
conjunto y los ejecutantes, no tenían nada que demostrarle a nadie y sonaban
con una soltura de cuerpo envidiable.
El antecedente de su visita fue la llegada en plan solista
del cantante Ian Gillan, quien se presentó en el estadio “Siles”. Él mismo
revela que propuso que La Paz fuera incluida en la gira latinoamericana con
motivo de la aparición del álbum “Purpendicular”. Y así llegó la oferta que el
empresario Juan Carlos Nemtala tomó, con todo el riesgo que una cosa de estas
implica.
El primer reto fue satisfacer el “technical raider”, cosa
que Sonilum, realizando una inversión destinada a ello, cumplió a cabalidad,
tanto en el requerimiento lumínico y de amplificación, como en la estructura.
Si bien ya llevábamos varios espectáculos internacionales a cuestas, el de los
Purple, por los estándares de su lugar como leyendas de la música, fue un hito.
Tengo la sensación de que, desde ese momento, el país estuvo listo para recibir
megaespectáculos con todas las garantías técnicas –y de seguridad, que es un
aspecto importantísimo-.
Un dato del que ni los miembros del grupo ni nadie en ese
momento estaba consciente es que el 25 de marzo de 1972 se lanzaba su disco
“Machine Head”, célebre por incluir el emblemático “Smoke on the water”, cuyo
riff de guitarra es, probablemente, el más ejecutado tanto por aprendices como
por guitarristas consumados. Cumplía 25 años entonces y cumple 50 precisamente
hoy.
Cierro con dos anécdotas: el concierto estuvo a punto de
suspenderse (de hecho, se retrasó, sin opción a postergación por otros
compromisos del grupo) por problemas en la desaduanización del órgano de Jon
Lord; y, minutos antes de salir al escenario, Roger Glover se asomó para
“espiar” a la audiencia inquieta por vibrar con sus estrellas –lo vi,
literalmente, temblar ante la energía que emanaba de la gente. Lo que siguió
fue aproximadamente una hora y media de emociones y la sensación de poder morir
tranquilos.
Ese fue el día “Deep”.