viernes, 17 de diciembre de 2021

2021: El año del "aguante"

 


Nos acercamos al final de la gestión anual y vuelvo a caracterizar que se va en mis propios términos y juicios. Lo vengo haciendo desde 2010 y aprovecho para refrescar las memorias, con cada vez menos espacio y, por tanto, con la mínima referencia de los hechos que me llevaron a otorgar tal o cual denominativo, año por año. Para llegar al presente, pasamos por:

2010: “El año del rodillazo”. ¿Recuerda usted el artero rodillazo propinado por el señor Morales Ayma a un rival durante un partido “amistoso”? He sostenido, desde entonces, que el mismo simboliza la forma de gobernar del susodicho.

2011: “El año del MASkin”. Este año se cumplieron 10 de aquella cruenta intervención del aparato represivo del régimen masista contra los marchistas por el respeto al TIPNIS en la localidad de Chaparina. Escenas como las de los y las indígenas siendo amordazados con cinta maskin –de ahí la caracterización- sacudieron las entrañas de la ciudadanía. El régimen adujo que “se había roto” la cadena de mando. Uno de los responsables de la acción se pavonea en organismos internacionales como si nada.

2012: “El año de la caca”. En referencia a una frase escatológica vertida por el presidente de entonces que calificaba como material fecal al estado de las relaciones con Estados Unidos. Demostración cabal de la “diplomacia de los pueblos”.

2013: “El año de la extorsión”. Por el mayúsculo escándalo del consorcio extorsivo montado por el régimen cuyo modus operandi fue el de exaccionar importantes montos a reos con la promesa de gestionar ante la justicia su liberación.

2014: “El año del Estado Plurinominal”. Un desliz del tribunal electoral hizo que en las papeletas de votación se imprimiera el rótulo de “Estado Plurinominal de Bolivia”, en lugar del correcto “Plurinacional”. Aparentemente solo un detalle sin importancia pero que, en estricto derecho, debería haber llevado a la anulación del proceso electoral de entonces.

2015: “El año de Petardo”. Como en la actualidad, Potosí se enfrentó al régimen; aquella vez, a una marcha que se dirigía a La Paz, se plegó un perro al que no lo espantaban los ruidosos petardos que anunciaban el paso de los machistas. El can llegó a la sede del Gobierno ya con el sobrenombre de “Petardo”. El animal simbolizó la lucha por la democracia y la repulsa a la corrupción del régimen.

2016: “El año NO-Evo”. En su afán por prorrogarse indefinidamente en el poder, habiendo ya anteriormente burlado la prohibición constitucional para repostularse, el señor Morales Ayma convocó a referéndum. El mismo se llevó a efecto el 21 de febrero con un resultado vinculante que enterró para siempre la ambición de dicho sujeto.

2017: “El año del nulo”. El régimen sufrió otra contundente derrota al resultar repudiados en las urnas los peleles que puso a candidatear a autoridades judiciales. No obstante la paliza que recibió, impuso de todas maneras a tales operadores en cargos de la administración de justicia, mismos que siguen favoreciendo al régimen en toda instancia.

2018: “El año de la doble pérdida”. Perdimos el mar por una mala conducción de la demanda ante La Haya y perdimos la democracia con la sentencia constitucional que, amparada en un inexistente derecho humano a la reelección indefinida, habilitó al dictador para las elecciones del año siguiente.

2019: “El año de la gesta democrática de Bolivia”. Comoquiera que ya era demasiada burla a la democracia, agravada por el fraude, la ciudadanía se envalentonó y en heroica resistencia, devolvió al país a la senda democrática. Los usurpadores tomaron las de Villadiego y, ante el vacío de poder, se produjo la sucesión constitucional.

2020: “El año de la calamidad”. Y llegó el virus que se entremezcló con una administración corrupta que, además, se metió en la carrera electoral –gravísima decisión-, preparando el terreno para el retorno del viejo régimen que volvió con sed de venganza.

2021: “El año del aguante”. Con el de hoy, son 340 días desde que Luis Arce conmino a la ciudadanía a aguantar la embestida de pandemia mientras se esperaba la provisión de vacunas. De alguna manera, el aguante continúa y no exactamente por el asunto de las vacunas.


miércoles, 1 de diciembre de 2021

A fe de realismo

 


Luego de unos días de intensos mensajes de ida y vuelta, el debate, un tanto artificial, sobre el federalismo, ha bajado notoriamente de tono. Quién tiró la primera piedra y quién picó el anzuelo es algo que no lo tengo del todo claro.

En su afán de figuración y de buscar un pretexto para iniciar el camino hacia una reforma constitucional que le permita hacer realidad su anhelo gobernar de manera vitalicia, el señor Morales Ayma se plegó al discurso federalista sin convicción alguna –arrancarle las autonomías (que, por otra parte, no dejan de ser manejadas desde el centralismo, muchas veces con la aquiescencia de autoridades locales de militancia oficialista) fue, literalmente, una guerra de baja intensidad-. Lo más probable es que se haría una reforma de carácter absolutista, pero de federalista, para nada.

Por su lado, el Gobernador de Santa Cruz izó la bandera del federalismo como respuesta al carácter centralista del régimen, pero llevándola más allá de lo admisible con un discurso pletórico de dudosas consignas sobre la naturaleza del federalismo.

Poseros y voceros oficiosos se pronunciaron en afán de mostrar su “conocimiento” sobre el tema, más movidos por su reflejo “anti” que por criterios racionales. Curiosamente, quien más palo recibió fue Camacho –que sea Gobernador del departamento de Santa Cruz no es un dato menor en este sainete- rimaron federalismo con separatismo y anunciaron el regreso al neoliberalismo y al monocuturalismo, sin percatarse de un par de detalles: 1) El propio Morales Ayma y el señor Arce Catacora, a la sazón, Presidente de Bolivia, cogieron el guante, al menos al principio, del imaginario federal y 2) Un Estado, independientemente su forma –unitario o federal, siempre y cuando se establezca bajo el sistema democrático de gobierno- puede acoger gobiernos de diversas corrientes económicas –Estados Unidos de México es un buen ejemplo de ello-, puede contener población diversa (pluricultural) y puede mantenerse relativamente bien cohesionado.

Federal es una forma de Estado, con sus fortalezas y debilidades respecto a otras –la unitaria, principalmente- y no es el demonio que algunos quieren hacer creer. No olvidemos que la pulsión federal tiene más de cien años en nuestra historia y si hubo algunos que se jugaron por ella, fueron los indígenas del altiplano paceño, aimaras para más detalle, que luego fueron traicionados por los liberales de fines del XIX y principios del XX. Otra omisión del nuevo ciclo de discusión es que parecería algo reciente; que yo recuerde, Potosí ha estado propugnando el federalismo los últimos diez años.

Hace unos años cursé un módulo sobre federalismo en el Centro de Estudios Constitucionales “James Madison”, en Montpellier, Estados Unidos de América, en el que me sorprendí de que hasta hubiese un tipo de arquitectura denominada “federal” (en realidad es la neoclásica) que es la de las principales edificaciones de los poderes en Washington y que representa los valores del federalismo estadounidense: armonía, equilibrio, proporción y simetría. De tanto en tanto, mis estudiantes se conciernen sobre esto y más de uno podría hablar con mayor propiedad sobre el tema que muchos de los oficiosos que he leído o escuchado estos días.

En lo que a mí concierne, el camino de las autonomías nos llevará, indefectiblemente, hacia la forma federal de Estado, pero esto no ocurrirá mañana o pasado mañana porque a alguien se le ocurrió sacar de la galera el conejillo, sino por culminar el proceso autonómico, cosa aún muy lejana. Sin uno no habrá lo otro. A fe de realismo.