Muy poca tinta, a mi juicio –tan poca que yo, que me
considero medianamente bien informado, me enteré tres días después- ha corrido
luego del deceso de Edward de Bono, por lo que hoy he decidido salpicar con un
chorrito en tributo suyo a esta columna.
Probablemente uno no esté muy consciente de ello, pero
muchas de las acciones que uno realiza en los diferentes ámbitos de desempeño,
tengan relación, más próxima o más remota, con los frutos de la cosecha del
maltés que partió a la eternidad el 9 de junio.
Edward Charles Francis Publius de Bono nació en 1933 en La
Valeta en la isla mediterránea de Malta, entonces una posesión británica. Su
padre, Joseph Edward De Bono, era profesor de medicina. Josephine, su madre,
era una periodista que desempeñó un papel destacado en la campaña por el
sufragio universal en Malta (donde finalmente se concedió el voto a las mujeres
en 1947).
Edward Jr. Siguió los pasos de su padre y mentor. Entonces,
¿estamos hablando de un médico? En principio, sí; pero su aporte fundamental no
vino de este campo. En el mejor sentido, De Bono era un polifacético, una
suerte de renancentista que se coló en el siglo XX.
Uno de sus campos de interés, precisamente el que le otorgó
nombradía mundial, fue el del estudio del pensamiento creativo; pero no fue un
teórico en la materia –para eso estuvieron Guilford, Csikszentmihalyi,
Sternberg, e incluso Gardner-. Fue, más bien, un desarrollador de técnicas, una
en particular, para “liberar” el lado divergente del pensamiento.
Su nombre está asociado al concepto “pensamiento lateral”
del cual derivan aquellas técnicas. Se le atribuye la invención de tal concepto,
aunque, en rigor, lo que hizo fue agrupar una serie de manifestaciones de la
creatividad, algunas ya observadas por Aristóteles, y, por supuesto, le puso el
nombre -la mejor prueba de los postulados del pensamiento lateral y de sus
resultados, sin duda-
Al meter en la misma bolsa al sentido del humor, a la
anécdota, a la metáfora, al doble sentido, al sarcasmo, entre otros, De Bono
puso en evidencia su utilidad a la hora de la resolución de problemas y de la
generación de ideas.
Su marca registrada, la técnica más popularizada, fue “Seis
sombreros para pensar”, una manera lúdica de interrelacionar seis distintas
formas de pensamiento para considerar situaciones que requieren soluciones no
convencionales. A este modo de abordar los procesos de generación/evaluación de
ideas se lo denomina “pensamiento paralelo” –en sí mismo, muchas formas de
pensamiento en diálogo para explorar diversos caminos, recursos y herramientas
que conduzcan a soluciones-. El método tuvo gran acogida en el campo
empresarial, permitiendo, además, que los ejecutivos cambiaran la corbata por
“el sombrero”. Su legado incluye otros aportes derivados de aquel.
No tuve el gusto de conocerlo personalmente, pero formé
parte, durante la segunda mitad de la primera década de este siglo, del grupo
“IM-BOOT”, con centro en Alemania, que congregaba a investigadores y a gente
involucrada en la exploración de los procesos creativos. De aquel entonces,
recuerdo que se nos pidió mencionar, a criterio de cada quien, la innovación
más relevante. Si mal no recuerdo, yo anoté la fotografía digital, pero
recuerdo muy bien que De Bono puso “el brassiere”. Sorprendente, cuando menos.
Cierro, a la manera que seguramente la hubiera hecho el
hombre, con una anécdota: a un grupo de mis estudiantes le tocó la tarea de
realizar una exposición sobre el trabajo de De Bono. Llegado el día,
¡sorpresa!, la presentación versaba sobre Bono, el cantante del grupo U2. Pensamiento
lateral, digamos.